Todo
evoluciona y nada cambia bruscamente salvo las filias y fobias de los españoles
que, en cuanto perciben que lo nuevo les puede favorecer, se hacen camisas
viejas de lo que hasta ahora temían que los perjudicara.
Este “vivan
las caenas” tras la debacle municipal de los viejos partidos no es ni más ni
menos que el mismo hacia Fernando VII cuando en 1814 restauró su aparente
liberalismo por el régimen absolutista.
Como surgieron
espontáneamente los antifranquistas tras la muerte de Franco, al que tanto habían
aclamado, ahora los españoles le vuelven la espalda al viejo bipartidismo, para
saludar la España surgida de los pactos
municipales “cada día con mas fe en otro mundo mejor y en una democracia mas
real y decente”.
Como nada hay
eterno, salvo el gazpacho, hasta el rutilante podemismo dará paso algún día a
lo que sea que lo suceda y a lo que saludaremos con tanta esperanza en que nos
convenga, como ahora demostramos a lo recién llegado.
¿Y esa volubilidad
de carácter es buena, o es mala? Para el hombre de convicciones es mala y para
el oportunista buena porque el que se
encumbra siempre lo hace a costa del que se hunde.
Hay, como
Molly Brown, especialistas en salir airosos de todo: tanto de la primera guerra
mundial que la pilló sin buscarla, como del hundimiento del Titanic, en el que
voluntariamente se había embarcado.
Aunque sin
tenerse que casar con el propietario-a de una mina de oro en Colorado o de interpretar
comedias en los mejores teatros del mundo, en España hay especialistas en no
hundirse, en sobrevivir como la insumergible Molly Brown.