Ya muerto Fidel Castro, que su
alma descanse en la paz de la que en vida privó a sus compatriotas que
permanecieron en Cuba, o a los que tuvieron que buscarla en el exilio.
Uno pasó por Cuba en tres o cuatro ocasiones,
cuando todavía faltaban años para que las agencias de viajes la incluyeran en
sus ofertas turísticas, y vislumbró dos fenómenos interrelacionados:
La contumacia del régimen
castrista al intentar someter por el hambre y el miedo a los cubanos, y la
inagotable capacidad de iniciativa de los cubanos para sobrevivir a la tiranía.
Como en cualquier dictadura
dinástica, un hermano de Fidel ha sucedido a Fidel al frente de la dictadura
familiar de los Castro.
Cuando se acaben los Castro que
sojuzguen a los cubanos, la capacidad emprendedora de los cubanos, su
flexibilidad para adaptarse a las circunstacias, y el ingenio del pueblo para
que el que mande crea que lo obedecen porque lo aman, sobrevivirán a los
tiranos venideros.
Nuevos Fulgencio Batista huirán de
otros Fidel Castro que también desaparecerán.
La supervivencia de Cuba la
garantizan los cubanos ingeniosos y siempre preparados para, como las cañas de
sus cañaverales, inclinarse en la dirección del viento.
Ahora es el momento de llorar como si la pena
les oprimiera el corazón.
Es lo que a los cubanos les toca
hacer, como les tocará aclamar al que suceda al que ahora manda,