No solamente sabían
que morirían sino que, en sus manos, estaba reducir el número de los que iban a
morir.
Les hubiera bastado
con avisar a los destinados a la muerte que la muerte los acechaba y que, para
dificultar a la muerte que los matara, deberían evitar agruparse para limitar
la mortandad.
Pero habían sido
ellos, los que hubieran podido evitar lo que no evitaron, los que habían organizado
las manifestaciones multitudinarias y el trágico alboroto cómico que acabaría siendo
trágico.
Y los muertos por
no saber que podrían morir murieron sin saber que su muerte había sido el último
servicio que prestaban a los que, sabiendo que podrían morir, los alentaron a
acudir en busca de su muerte.
Y la muerte no los
igualó.
Los que sabían que
podrían morir no murieron y los que ignoraban que los habían empujado a la
muerte murieron.
Tampoco sabían que
los que no evitaron que muerte esconderían que habían muerto.