lunes, 24 de septiembre de 2018

PEDRO Y LA GLORIA DEL PODEER


Por “acción directa” puede entenderse la iniciativa individual o colectiva para que lo que hasta ese momento haya, deje de haberlo.
Un suponer y para entendernos: si un descontento contagia su insatisfacción a otros desengañados por la manera de gobernar de un gobernante, y entre ellos conciertan poner pié en pared, al golpe de estado que lleven a cabo se le podría llamar “acción directa”.
--“Pero eso”—se escandalizaría el hipócrita—“es una barbaridad”.
Puede que sea verdad y que sea una barbaridad  mayúscula.
Pero, ¿cuántas barbaridades minúsculas evitaria esa barbaridad mayúscula?
   La gente se escandaliza porque los han acostumbrado a pensar que todo golpe de estado requiere para serlo una barbaridad de tiros, bombardeos, refugiados y colas interminables para llegar al barril en el que se reparte sopa.
Y no tiene por qué ser así:
Imagínense y esfuércense en imaginar porque el caso requiere mucha imaginación, que un individuo que ni siquiera ha sido electo para formar parte del grupo de 350 electores capacitados para designar presidente del gobierno, se salta todos los precedentes y preside el gobierno.
Y una vez presidente, se le ocurre tramar una trama que, en el orden jerárquico del Estado—Jefe del Estado, Presidente-a de las Cortes- Presidente del Gobierno—pretenda quitar a la que ocupa el segundo lugar.
Como no hay dos sin tres, ¿qué ocurriría luego?
Que le pareciera injusto ser solo el número dos en la jerarquía estatal. “Al fin y al cabo”—se preguntaría—“si ésta es una monarquía democrática,¿ por qué no va a poder ser Rey cualquier ciudadano?
Y con esa capacidad acumulativa que lo caracteriza, sería rey, presidente del gobierno, presidente de las Cortes y comandante en jefe del ejército.
--Oiga, y doctor cum laude.