lunes, 28 de noviembre de 2016

ESTADO Y LIBERTAD

En los remotos tiempos de la antigüedad, cuando los españoles todavía no eran españoles porque España ni siquiera existía, los problemas de los que serían ciudadanos cuando siglos después se construyeran ciudades eran, más o menos, los que ahora tienen pero diferentes.
Si se había echado a dormir harto de comer, lo que pocas veces ocurría, tenía que buscar agua en el charco o arroyo más cercano con la que calmar la sed que su estómago le demandaba.
Ahora le basta con hacer girar de izquierda a derecha cualquiera de los muchos grifos de su casa para tener a su alcance media docena de fuentes inagotables. Su único problema es no equivocarse e intentar hacer girar el grifo de derecha a izquierda.
El todavía no español antiguo, inmediatamente después, tenía que comprobar que ningún forastero malencarado se le había acercado mientras dormía para cargárselo en cuanto se descuidara.
Tenía después que ponerse a buscar algo que comer para calmar su hambre matinal, mientras procuraba no saciar el hambre de tiranosauros, tigres sable o bichos de cuatro patas a los que les gustaba la carne de bípedos.
Ahora el Estado le resuelve todos los problemas al español, a cambio de que el español le pague todo lo que gane en el trabajo que le permita el Estado realizar.
Y es que el bienestar del español de hoy es directamente proporcional al amparo que del Estado reciba, e inversamente proporcional a la libertad personal que el Estado todavía no le haya arrebatado.

Y ahí está el intríngulis, el justo medio proporcional entre la cesión al Estado de una parte de la libertad individual, sin que la voracidad del estado le arrebate toda la libertad que pretende para que, así,  el ciudadano pase a ser esclavo del estado.