martes, 9 de septiembre de 2014

TONTERÍAS


 
Suele considerarse tontería lo que dice o hace un tonto, el individuo-a que piensa, habla y actúa sin sentido.

¿Y hay tontería más rotunda que proponer que un número indeterminado de individuos, cada uno diferente del otro, pueda coincidir en decisiones que satisfagan a todos?

La hay: la de que en esa masa amorfa de individuos en la que el número de tontos es superior al de listos, la opinión de los primeros tenga el mismo valor que la de los segundos.

Pues a esa insensatez es a la que los tunantes que la inventaron y la manejan en España llaman democracia.

Como es natural, sus inventores son los más fervientes defensores de la idoneidad del invento para unos ciudadanos a los que, seguramente, les importará más ser bien gobernados por alguien en cuya elección no hayan intervenido que mal gobernados por desconocidos entre cuyos nombres eligieron.

No es que los gobernantes que lleguen al poder por sí mismos sean mejores o peores que los electos: son todos iguales porque en ambos casos solo los mueve el éxtasis embriagador de quien, sabiéndose tan tonto como cualquiera, recibe los elogios, los halagos, las sonrisas, los privilegios y la risa por sus chistes como si fuera superior a los demás.

Y no hablo del dinero porque un tío que se sienta superior a los demás, como se sintieron los apóstoles en el Tabor, si lo que lo hiciera feliz fuera ser más rico, sería un individuo despreciable, que quizá lo sea.

¡Y qué terrible fascinación tienen para los desconocidos  los que vemos permanentemente en televisión, leemos sus nombres en los periódicos y oímos sus sabias opiniones en las radios!

Hasta la dudosa popularidad del criminal o el ladrón fascina al condenado al anonimato.

 En éstos tiempos de exposición pública a la curiosidad de los demás, ser popular es una meta a la que es lícito llegar a través del sexo publicado, del escándalo familiar divulgado y del insulto innecesario.

En ese mundo de tunantes populares, los políticos electos o elegibles son la aristocracia de los tunantes. Pero son tan tunantes como la chusma de la clase a la que pertenecen.