De aquí a cien años y
cuando nuestros descendientes estudien su pasado, que es nuestro presente, se
asombrarán de la mimética estupidez que fue el festejado experimento de la conocida
por democracia.
Y es que, mesmerizados
por el buen funcionamiento de la democracia en otros países, se apropiaron de
una forma de organización social que estimula el esfuerzo de cada uno para
alcanzar el bienestar general.
Responsabilizando a
cada uno de sus ciudadanos de su propio bienestar, según su suerte, su preparación
y su esfuerzo, el Estado Democrático sería simple árbitro en las discrepancias
ciudadanas.
Un efecto de esa cesión
a los ciudadanos de la tutela que el Estado Dictatorial ejercía sobre todos
permitía abaratar los costos procedentes de impuestos.
Nada de eso ha
ocurrido en España:
--La Democracia ha disparado
el costo de sus administraciones públicas con relación al de los tiempos de la
Dictadura.
--La igualdad que
la democracia prometía se ha fragmentado en la práctica: a la de ricos y pobres
tradicional, y que se mantiene, se ha añadido la desigualdad, proporcional a la
sintonía ideológica del individuo con el partido gobernante.
¿Y qué?
--Pues que, para el
que mande, su sistema es el mejor porque le permite mandar y, para el que obedezca,
cualquier sistema político es malo porque tiene que agachar la cabeza y decir
que lo malo es bueno.
--Pero en la dictadura ni eso estaba permitido, mientras que
la democracia permite decirlo hasta por televisión.
--Es que la
democracia nos ha quitado a los fascistas hasta lo que nos guirraba: “vivir
peligrosamente”.