viernes, 18 de diciembre de 2009

CASO HAIDAR: ZAPATERO NO QUIERE APRENDER

El que se empecina en negar que se ha equivocado recaerá en sus errores, como le ocurre a este José Luis Rodríguez Zapatero con el que Dios ha castigado a España.
A Zapatero le cuadra más la definición del imposible metafísico de “enseñar al que no quiere aprender” del inglés Richard Whateley que la cristiana obra de misericordia de “enseñar al que no sabe”.
Y así nos va, porque la contumacia del Presidente del Gobierno España somos todos los españoles los que la pagamos.
Una vez fuera del embrollo en que lo metió Aminatu Haidar, Zapatero debería aprender, para situaciones que en un futuro previsible se repetirán:
--Que en relaciones internacionales, hay que pagar todos los favores que se pidan.
--Que la letanía que repetía Valle Inclan en Cara de Plata, “con maricones y putas no te metas en disputas” debe aplicarla cuando trate con moros de cualquier pelaje.
Porque la mano que le han echado a Zapatero Sarkozy, la Clinton y todos los que le han ayudado a salir del atolladero en que lo metió la mora Haidar tendrá que pagarlos España.
Si antes de ser Presidente del Gobierno Zapatero hubiera viajado sabría que, cuando un moro cede, no lo hace de balde aunque lo parezca.
Hay que sospechar más del moro cuando accede que cuando rechaza, porque nunca aceptará un trato que lo perjudique.
El retorno de la Haidar a un territorio sobre el que Marruecos ejerce soberanía sin tener derecho a ella coincidió, que se sepa, con un trato favorable en la Unión Europea a las frutas y hortalizas marroquíes, perjudicial para los agricultores españoles.
Y ojalá se quede el costo en eso, porque a Sarkozy le debe otra que cobrará Francia, a los Estados Unidos habrá que secundarlo en todas las guerras imposibles para las que pida ayuda y el moro marroquí es capaz de pedir y obtener que desmantele la catedral de Córdoba y restaure la mezquita.
Es tan implacable la penitencia que Dios le ha impuesto a España con Zapatero que empiezo a sospechar que a Cristo no lo crucificaron en el Gólgota, sino en el Cerro de Los Ángeles.