jueves, 5 de marzo de 2009

TRANSICION FRACASADA

Desde que Dios creó al hombre hace 40.000 años ( día más o menos) el territorio que se extiende entre Andorra y Gibraltar lo ocupan paganos que, a pesar del barniz monoteísta de los últimos 18 siglos, siguen empeñados en levantar ídolos para adorarlos hasta que descubren su falsía.
A la Transición Democrática, el último de esos falsos dioses, la purpurina se le ha resquebrajado y deja al descubierto que no era de oro de lo que estaba hecho, sino de zafio barro mal cocido.
Falsos logros de la Transición:
1.-Transferir al pueblo el poder usurpado por el dictador.
2.-Garantizar la Unidad Nacional.
3.-Garantizar las libertades reales.
4.-Acabar con los enfrentamientos sobre la forma del Estado.
5.-Justicia igual para todos.
6.-Desarrollo económico y social sin privilegios sociales ni desigualdades regionales.
7.-Educación universal de calidad, al servicio de las demandas de la sociedad.
8.-Protección a la libertad de pensamiento y a la difusión de todas las ideas.
9.-Impulso al robustecimiento de los valores sociales
10.-Fomento de la moralidad pública y persecución de la corrupción administrativa.

Puede que el primero de los apartados sea el esencial y, los nueve restantes, consecuencia del fracaso estrepitoso del primero. Como ejemplo, el desagradable tufo de la lucha por el poder que se escenifica ahora en las Provincias Vascongadas.
Seguramente, acabará gobernando allí no el partido que ganó las elecciones sino el que haga más concesiones a los que les presten sus votos, interpretando libremente la confianza de sus propios votantes.
Nada que oponer a la licitud del asunto, ni extrañarse de su aplicación porque no es nada nuevo en las vascongadas y lo ha utilizado en su propio beneficio el partido que ahora se dice perjudicado, pero huele a chamusquina.
Podría haberse evitado si la ley electoral de la Transición, todavía vigente, hubiera sido otra. Y otra habría sido si los políticos que la impulsaron hubieran creído en la solvencia del pueblo para tomar sus propias decisiones, y hubieran renunciado a que las burocracias de los partidos fueran las administradoras únicas del poder que el dictador dejó a su muerte.
Hubiera bastado con adoptar como ley electoral el conocido como “escrutinio uninominal mayoritario”, llamado también sufragio directo, vigente en Estados Unidos y Gran Bretaña, los dos países en los que mejor funciona la democracia parlamentaria.
Consiste, fundamentalmente, en la división de la masa total electoral en distritos electorales, en cada uno de los cuales pueden presentarse tantos candidatos como lo deseen y gana el escaño en disputa el que haya conseguido mayor número de votos.
Los que controlan las burocracias de los partidos se habrían visto forzados a buscar al más capaz de ganar la confianza de los votantes del distrito, cuya reelección dependería de la lealtad que acreditara en la defensa de los intereses de sus votantes.
El sistema actual, sin embargo, designa como candidato al más leal a la burocracia partidaria aunque sea un desconocido para los votantes y no tenga que retribuirle el favor de haber sido colocado en puesto de la lista susceptible de salir electo.
Con el actual sistema, el poder real reside en las burocracias partidarias. Con el de sufragio directo, el poder sería del pueblo o, lo que es parecido, de los votantes.