viernes, 6 de abril de 2018

LA DEMOCRACIA Y LO DE PUIGDEMONT


En la tertulia que rutinariamente mantenemos algunos dioses después del desayuno, se ha hablado esta mañana de lo de Puigdemont y el tribunal alemán que lo ha condenado, pero no por lo que pedía la justicia española.
“Es que”---se le hinchaban las venas de excitación a un diosecillo ibero de poca monta—“a lo más que podrá condenársele es a doce años de cárcel”.
Y no caía de su burro por más que se le explicara que, una vez bajo el control del sistema penitenciario español, al preso Puigdemont podría  pasarle cualquier cosa:  enamorarse perdidamente de un narcotraficante encarcelado  y olvidarse de la política o resbalar con una cáscara de plátano y desnucarse en la caída.
¿Y no habría sido mejor que el tribunal alemán resolviera el problema que los españoles tenemos con Puigdemont?
Pues, en conflictos como el que el prófugo catalán ha empantanado a la democracia española, lo mejor sería recuperar la feroz dictadura franquista el cuarto de hora imprescindible para trincarlo, condenarlo y fusilarlo.
¿Y después?
Después de resuelto el engorro catalán, los españoles podrían retornar a lo que tanto les gusta: echarse acaloradas campañas electorales, depositar papeletas en urnas y hablar tan mal del gobierno que este gobernando en ese momento como bien de la oposición que se proponga sucederlo.
¿Y cuando haya pasado de ser oposición a ejercer la responsabilidad de gobernar?
Pues mientras esté mandando, leña al mono.
Porque, a ver si nos enteramos, la democracia es un sistema de organización política que faculta a los gobernados a poner a parir al gobierno, al  que no le queda más remedio que agachar la cabecita y admitir que lo blanco es negro.