martes, 21 de febrero de 2017

LA VIEJA MANIA DE ROBAR



Menudean los que califican de sinvergüenzas a los ciudadanos que, habiendo tenido ocasión de quedarse con lo que a ellos les hubiera avergonzado quedarse, se lo quedaron.
Evidentemente es un calificativo, por lo menos, precipitado.
Porque: ¿tuvieron alguna vez la oportunidad de quedarse con algo ajeno y no lo hicieron? ¿es más sinvergüenza el que roba mucho que el que roba poco? ¿es peor el ladrón que al robar pone en peligro la seguridad del desvalijado? ¿el que roba al que tiene mucho es menos ladrón que el que se apropia de lo único que posea su víctima?
En ésta España que eternamente fue tierra de bandoleros y carteristas parece que, de un tiempo a ésta parte, se roba con el mismo fervor con que reza hoy el que hasta ayer fué ateo.
Robar es, por lo menos, tan antiguo como la insatisfacción estomacal del que no ha comido o los ardores después de atiborrarse.
Pero, ¿y si los que roban son los políticos?
(Tuve de profesor de confección periodística al comandante Bandin, que antes de director de “Informaciones” como entonces lo era, había combatido en la gloriosa División 250 de la Wehrtmarcht, y que en las clases que dictaba decía que “el periodista es un hombre como otro cualquiera”.

A la misma conclusión he llegado yo a mis 73 años después de intensa y prolongada meditación: el político es un ser humano como cualquier otro, pero con las posibilidades que otros no tienen de meter la mano en el gallinero y llevarse la gallina.