miércoles, 23 de octubre de 2019

CREER LO MISMO

 

  Gracias a éste invento de la informática uno, que se vuelve loco media docena de veces al dia porque no recuerda donde dejó las gafas, se ha topado con esta babosada difundida en mi panfleto informático “Entre Andorra y Gibraltar” el 5-12-2012. Ya ha llovido.  


 Aunque parezca mentira, queda entre Andorra y Gibraltar algún que otro ciudadano que no vota al PP, al PSOE, ni a nadie.
   Hay quien, sencillamente, no vota.
    No se le debe considerar un irresponsable, porque presenta anualmente la Declaración de la Renta desde que la hizo aprobar el voluble Paco Fernandez Ordóñez, al que durante todo un vuelo entre Madrid y Nueva York lo oí criticar la inepcia de su antecesor en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
   Cumple, pues, con obligación que más interesa al Estado, la de pagarle.
   Ese ciudadano, que no vota porque no quiere, ha tenido ocasión de tratar a bastantes políticos nacionales y extranjeros y, porque los conoció, a pocos de ellos le compraría lo que le ofrecieran como una ganga.
   Alguno que ha renunciado gustosamente al placer de votar llegó a lo que un redicho llamaría “la cúspide de su carrera” en una empresa del estado con un gobierno del PSOE, de la que lo echaron con uno del PP.
   Ni por agradecimiento se ha sentido nunca inducido a votar al PSOE ni, por despecho, lo ha hecho contra el PP.
   Además de porque no le da la gana, no vota porque los políticos logran su condición de candidatos por lealtad a la burocracia de sus partidos y no porque sean los mejores para los votantes.
    Y no los vota, además, porque seguimos, de hecho, en un régimen dictatorial, aunque no de dictadura personal.
   A la muerte del Dictador, el poder que perdió con la vida y al que se había aupado por la fortuna con que lo favoreció la guerra, la mayor parte de los ciudadanos se creyeron que el pueblo recuperaría el poder que el Dictador usurpó.
   Hay quien no vota porque el Poder del Dictador lo monopolizan ahora, compartiéndolo entre ellas, las burocracias de los partidos, que ni siquiera tuvieron que ganar una guerra para quedárselo.
   Y, además, porque no confiaría ni en sí mismo, que es a quien mejor conoce, si le prometiera que va a resolver los problemas de otros.
   Tan reacio a dar consejos suele ser el no votante como a votar, así que si a alguien le entretiene, que vote cada vez que pueda. De nada sirve, pero tampoco cuesta mucho.
    Pero que tenga en cuenta que su participación en una elección, aunque sea blanco el voto que deposite, implica su aceptación de todo el proceso y de su resultado, aunque el electo no haya sido el candidato al que dio su voto.
   Quejarse del gobernante en cuya elección se tomó parte es mayor trivialidad que extrañarse de que los gatos maullen, en enero, en los tejados.