martes, 19 de enero de 2016

RAZA, LA PELÍCULA DE FRANCO

DeseEmbarca la tripulación de un navío de guerra recién llegado a puerto después de una misión bélica en Filipinas contra los rebeldes tagalos que, alentados por la masonería internacional y por los enemigos extranjeros de España, se han sublevado.
Un viejo desvalido y harapiento interrumpe la reunión del apuesto e impoluto capitán con su empingorotada familia para preguntarle por qué no ha desembarcado su nieto.
Le responde que, por ser el que más amaba a España, lo premíó encomendándole una arriesgada misión en la que perdió la vida. Resignado y orgulloso de su nieto, el abuelo se retira agradecido al capitán.
Así empieza la película Raza, que magníficamente restaurada, emitió anoche la segunda cadena de Televisión Española.
Raza es la plasmación cinematográfica del guión ideado por el Caudillo Francisco Franco, invicto en las dos guerras que cimentaron su aureola: la primera contra las bandas cheljas del norte de Marruecos equipadas con el material militar previamente arrebatado al bien pertrechado ejército nacional español.
La segunda acción heroica del guionista de Raza lo encumbró a la Jefatura del Estado Español, el más antiguo de la vieja Europa que, en tiempos, dominaba 22 millones de kilómetros cuadrados e impuso al mundo un modo español de entender la vida.
En esa segunda campaña militar, Franco encabezó la sublevación de un ejército moderno, articulado por profesionales de la guerra y férreamente disciplinado, contra milicias desorganizadas y anárquicamente conducidas por jefes espontáneos que cambiaron sus herramientas de trabajo por la espada.
Raza, contemplada desde la butaca del salón de la vivienda de un pueblo de una España en descomposición fatalmente inevitable, es una película de ciencia ficción, un cuento que recuerda al de Blacanieves y los 46 millones de enanitos.
¿Qué ciudadano español de ahora, sistemáticamente entrenado para vivir del Estado Español,  se enorgullecería de morir por España?

Raza, como la invencibilidad de su guionista es, para los espectadores de ahora, el imaginativo ejercicio de una mente patológicamente desequilibrada.