Los que inventaron el Estado lo
hicieron para garantizar la más acuciante necesidad que en aquel momento tenían
los humanos: coordinar sus voluntades, esfuerzos y medios para repeler
agresiones de forasteros.
La evolución de aquel recurso ha
degenerado en lo que ahora es el Estado: un insaciable devorador de recursos
generados por los individuos de la comunidad en beneficio de los que
administren la comunidad.
De medio para gestionar las
necesidades generales el Estado ha pasado a ser el garante de satisfacer las
exigencias siempre contradictorias de los individuos, el resultado de cuya suma
se conoce por sociedad.
Solo con la falacia de que todos
somos iguales se puede pretender despropósito semejante: si todos somos
iguales, cada unidad del conjunto tiene la misma aspiración.
Por eso no hay vecino feliz que no
instale la misma marca de alarma antirrobos que los demás, vacacione donde los
otros y coma, vista, cague y aplauda la misma película que los demás aplaudan.
Y no hay solución
para esta mimetización,
La
colectivización, que es la renuncia voluntaria o forzosa a la unicidad humana,
es el refugio de los que se avergüenzan de ser lo que son porque quisieran ser
como son los otros, esconderse en el anonimato borreguil del rebaño.
En éstos días
de manipulación mental a la que los partidos políticos nos tienen sometidos,
las empresas de sondeo de opinión (o de manipulación de la opinión) saben que
la soledad es el mayor castigo del individuo.
(“No es bueno
que el hombre esté solo”, dicen que se justificó Dios ciando le dio Eva a Adan para que lo trajera por el camino
de la amargura).
Y los dioses de
ahora son las empresas de sondeo de opinión que usan los partidos políticos para inducir al elector a que los vote.
Y es que el
hombre, del que la propaganda ha hecho pensar que es una entidad individual
diferente a otras de aspecto exterior parecido, solo se siente a gusto cuando
huye de su desamparo confundiéndose en la multitud.
Por eso, en esta
picadora de carnes que son las elecciones democráticas, la mezcla de variedades
caninas, gatunas, porcinas, y vacunas dan siempre como resultado la misma bazofia:
son los que para nada concreto sirven los encargados de resolver las
particulares necesidades de los demás.