Esta martingala
urdida por los ratones cuando se murió el gato que los tenía a raya parece de
goma: por mucho que la estiren, nunca se rompe.
Ahí siguen
desde hace casi cuarenta años las cuadrillas de insaciables roedores que, siempre
en competición para ver quién come más queso ajeno, se admiran de que al dueño no
le importe que se aprovechen de su abuso.
La martingala
de la parábola previa es el concierto de intereses, aparentemente enfrentados,
de los que viven del cuento y apesebrados en partidos políticos y sindicatos.
Aunque en su
vida hayan hecho nada de provecho, se quejan de que dejaron de lado el éxito en
actividades privadas, que tenían garantizado, para servir a sus conciudadanos
desinteresadamente y sacrificando sus ambiciones.
Y hasta puede
que tengan razón porque, si como políticos han demostrado su ineptitud, ¿quién
garantiza que hubieran hecho menos daño a sus semejantes en actividades
privadas?
En la política
han vivido la vida birlonga quedándose con lo que, por ser de todos no es de
nadie, faltando a todas sus promesas y
demostrando la habilidad de que cada verdad que aseguran que dicen, encubra al
menos media docena de mentiras.
No es para
ponerle una medalla a gente así pero,
¿se imaginan si sus habilidades las hubieran demostrado en honestas actividades
privadas?
¿Qué daño
habrían podido hacer con una hachuela de carnicero en sus manos? ¿y como
albañiles de viviendas para los incautos que las habitaran? ¿se hubiera puesto alguien en manos de un
político con un bisturí en la mano y estudiando cómo meterle el primer tajo al
futuro cadáver,tendido en la mesa de operaciones?
Bien pensado,
mejor que sigan en política, por muy pesados que sean y por mucho que chupen
del bote.