jueves, 17 de julio de 2014

EL BOLETO



  Acaban de contarme una historia espeluznante que ha confirmado mi sospecha de que el desclasamiento es una desgracia sea cual sea el sentido en que una persona cambia la clase social a la que pertenece.
   Tan desgraciado puede llegar a ser el que, por reveses de la fortuna, baja varios pasos en la escalera social como el que, por suerte o azar, los sube.
Dejémonos de coñas y vamos al cuento:
Ërase una vez una pueblo que era el Bilbao del sur porque sus habitantes creían que era el mejor del mundo, que una neblinosa mañana del frío invierno se despertó conmocionado por la noticia de que un boleto de los euromillones, sellado en una de las dos expendidurías locales, había sido premiado con 42 millones de euros.
Se preguntaban pudorosamente envidiosos los que vivían en Palma del Río, fueran nativos o de alguno de los 92 paises extranjeros que en el que habían encontrado allí acomodo, quién sería el afortunado y, ante el espeso misterio de su identidad, se aventuraban teorías que, como la de que habría sido un viejo turista de los que cada sábado traen los autobuses del Inserso, eran posteriormente descartadas.
El fragante aroma del azahar de los naranjos relegó al olvido el frío gélido del día en que saltó la noticia. A los de seca y vistosa primavera siguieron los del fulgurante verano cuando los termómetros registraron los inevitables 40 grados de cada año, empezó a entreverse el final del inescrutable misterio de la identidad del dueño del boleto. Fue así:
Una empleada municipal, casada con el trabajador de una empresa que recientemente le había comunicado el preaviso de reducción de plantilla, pidió a su jefa seis meses de permiso sin empleo ni sueldo porque, admitió a duras penas, le habían tocado cinco millones de euros en un billete de lotería que meses antes había comprado en la playa, y que solo recientemente, había descubierto que había sido premiado..
 Sus conocidas y amigas—expertas en el dificultoso menester de atar cabos—recordaron de pronto que desde hacía meses, poco o más o menos desde la época en que se supo que los euromillones habían dejado 42 millones a un todavía desconocido, la que ahora se apunta como titular del boleto había mostrado una súbita y extrema ansiedad por la seguridad de sus hijos.
Se dice, y si el río suena es porque lleva agua, que esa desazón por la seguridad propia y la de sus hijos sigue amargando la vida del matrimonio, felizmente tranquilo y razonablemente despreocupado hasta que los millones que ansiaban les quitaron la paz en que vivían.
Es una injusticia, pero es verdad, que la escala más utilizada para situar al ciudadano en el punto que le corresponde en la escala social es el de la riqueza que posea y que a los más ricos se les coloca en la parte superior y a los pobres en la inferior de la escala.
Las doctrinas sociales convertidas en regímenes políticos solo lograron cambiar el nombre por el que se conocía a los explotadores ( nobles por jerarcas del partido y siervos por pueblo), pero en ningún caso consiguieron una sociedad sin clases diferenciadas por el disfrute de privilegios.
Bienvenida sea la movilidad social, pero gradual y sin brusquedades. Paulatina superación y no subida meteórica. Se asimila la primera pero la segunda perturba Como ratifica la historia del boleto premiado perdido y, por fin, hallado.