Algo o alguien tan ambiguo
que su aspecto físico difiera de su sentimiento intimo es arriesgado, por lo
que debería evitarse emitir un juicio apresurado sobre sus promesas.
¿Y si lo que dice
que va a hacer contradice también a lo que hará?
Me refiero a Miquel
Iceta, el barcelonés de apellido guipuzcoano que parece empleado de abarrotería
y se siente tía solterona que todavía confía en que le salga pretendiente.
Por los mítines
electorales anda Miquel con todas sus contradicciones a cuestas: dice que
quiere impedir que los secesionistas catalanes vuelvan a intentar separar a
Cataluña de España, pero se desvive por aventar al olvido del perdón su
fracasado delito separatista.
Adivinar las
intenciones de una persona cuyo sentimiento personal coincida con su aspecto físico
es complicado.
En el caso de Iceta
roza lo imposible: ¿Quiere engendrar o quiere concebir una Cataluña
independiente de España?
¿Aspira a ser el
Padre de la Patria Catalana o la mismísima Madre Patria de los catalanes?
Mejor ni siquiera
preguntárselo al interesado. Podría decir lo que una de las personalidades de
su cuerpo alberga, en contradicción con lo que le gustaría a su otra
personalidad.