jueves, 7 de abril de 2016

LA PEPA Y LA PAPA


La Pepa, aquella constitución española de 1812, sirvió para que los políticos comieran la papa durante cinco años, en dos períodos bianuales y uno unianual.
De nuestra Pepa actual llevan los políticos de ahora atiborrándose ininterrumpidamente desde 1978 y ya están tan ampachachados que quieren cambiar el menú.
Es natural que estén, más que cansados, aburridos porque dice que como todos somos iguales, a todos les corresponde plato único, como el cocido en los remotos tiempos de penuria.
Pero como aquellos tiempos en nada se parecen a éstos de abundancia, se puede y se debe   aspirar a comer a la carta: que a cada uno le sirvan lo que pida, como cada comensal pide lo que le apetece aunque todos coincidan a la misma hora en el mismo restaurante.
¿Por qué en la mesa de los valencianos, en la de los andaluces, los catalanes, los gallegos,   los canarios o lo extremeños tienen que comer la misma paella?
¿No sería lógico que los valencianos coman paella, pescaito frito los andaluces, butifarra los catalanes, lacón con grelos los gallegos, gofio los canarios y caldereta de cordero las extremeños?
Y, cuando a cada uno de los parroquianos del restaurante les sobre dinero para meter al gobierno en presidio, ¿por qué no van a poder exigir un menú típico y exclusivo de los pueblos en que nació cada uno de ellos?
Llegará el día, siempre demasiado tarde, en que los constituyentes se percaten de que, como el hombre no se hizo para el sábado sino el sábado para el hombre, las constituciones deben amoldarse a los ciudadanos y no los ciudadanos a las constituciones.

Ese día, tan inminente que ya ha llegado, valencianos, andaluces, catalanes, gallegos, canarios y extremeños tendrán su propia constitución, que es el menú que ofrezca lo que a cada uno de ellos les gusta porque lo aborrecen los demás.