En el idioma
en el que uno aprendió a hablar se calificaba de esaborío al fulano o la fulana
del que convenía apartarse para no complicarse uno la vida.
Significaba
esaborío en el resto del mundo hispanoparlante desabrido, el fulano o la fulana
que ladraba en lugar de hablar y mordía la mano que intentaba acariciarlo.
Un catalán
independentista de los que en éstos tiempos ladran y en aquellos entonces movían
el jopo de gusto para que el Caudillo les echara el mendrugo de alguna fábrica.
A quien
agradece los palos y se queja de los confites hay que apalearlo para que sea
feliz.
Por eso pasa
ahora lo que ahora está pasando.
Atiborrados de
tantos dulces que la llamada democracia les ha estado dando, exigen ahora lo
que nadie les aconseja.
Se merecen que
les den lo que piden.
Con todas sus
consecuencias.