Tan puntual
como la muerte, por San Agustín terminaba el verano climático y empezaba el
otoño, que pronosticaba su llegada con estruendosos truenos y fulgurantes
relámpagos, nuncios certeros del cambio de estación.
Como ocurrió
la pasada madrugada.
Toda el agua
que tanto habían deseado tantos la volcaron los cielos con una tormenta de las
de antes de ésta democracia española, en la que todo ocurre cuando la gente se
pone de acuerdo en que ocurra, y no cuando Dios quiera que pase.
En definitiva:
llovió cuando tenía que llover y no cuando una mayoría social decidiera por votos depositados en una urna que lloviera.
Ins, alláh.
“En las manos
de Dios estamos, y de Su voluntad depende lo que ocurra”
¿Para qué
preocuparnos?