sábado, 24 de septiembre de 2016

AUDACIA O PRUDENCIA




Esta humanidad que es la suma de todos los seres humanos oscila, como cada individuo que la integra, entre la audacia y la prudencia.
La primera impulsa al hombre a aventurarse en mundos y experiencias que desconoce y, la segunda, a sopesar hasta la parálisis los riesgos de perder lo que ya tiene para intentar lo que no sabe si conseguirá.
“No quiero coger la flor/ y me pinchen sus espinas/no quiero tener recuerdos/que me persigan toda la vida”.
El que piense como dice esa vieja canción asturiana renuncia a ser humano para permanecer siempre tan inmutable como una roca enterrada  y a resguardo hasta de la erosión del viento.
Como la piedra, el hombre que le teme a lo que desconoce prefiere ser roca a ser humano que, por ser libre, está sujeto a la tentación de explorar lo que desconoce o a la de renunciar a tener más porque prefiere conservar lo que ya es suyo.
A la curiosidad, esa desazón que empuja al hombre a saber qué horizonte encontrará después del horizonte que ahora contempla, debe la Humanidad el descubrimiento de nuevos mundos hasta entonces desconocidos y a navegar por mares nunca antes navegados.
¿Es éste, entonces un mundo de exploradores o de los que, como la piedra, se empecinan en no moverse de donde están ni siquiera un centímetro?
De los dos, de los aventureros a los que impulsa el ansia por conocer lo que todavía no conocen y de los sedentarios, cuya misión es conservar lo que conocen como lo conocen.
Los descendientes de los aventureros poblarán el mundo por ellos descubierto en el que los sedentarios descendientes de los exploradores permanezcan para conservarlo, mientras que los aventureros de su generación se arriesguen en busca de mundos todavía por descubrir.
Canjilones de una noria son los hombres: unos cargados de agua para volcarla en el almatriche y otros vacíos para que la corriente fluvial los vuelva a llenar.

Todos iguales, pero diferentes.