sábado, 1 de octubre de 2016

ENGAÑAR O ENGAÑARSE


Hay una regla que ese ser supuestamente racional que es el hombre-mujer siempre debería respetar: no engañarse a sí mismo.
Y es una regla sin sanción para quien la infrinja, como las que castigan el engaño a otros que cometen la ligereza de dejarse engañar.
Esa persistencia en el error de engañarnos unos a otros está  contemplada en los códigos penales, mientras que no está la de  mentirse a uno mismo porque no se puede castigar al delincuente que comete un delito contra sí mismo.
Así que éste engaño del que los españoles culpamos a los políticos tiene un culpable principal y que nada tiene que ver con el del que engaña al prójimo.
El engaño a uno mismo no es delito porque delincuente y víctima  son los mismos y no puede culparse de infringir la ley ni al mentiroso ni a la víctima, colaborador necesario para la consumación del delito.
Sin la colaboración necesaria del votante que vota al político, el político no habría podido engañar al votante.
Y es que es imposible condenar al político engañador del votante engañado.
¿Por qué es imposible?
Porque el político solo prometió lo que los votantes deseaban que les prometiera, a sabiendas de que no tenía voluntad de cumplir ni tenía la seguridad de que pudiera cumplir su promesa.
Y, así a grandes rasgos y sin meternos en gerundios, ¿qué quieren los ciudadanos que les prometa el político al que votarán?
-Que su vida mejorará si lo votan a él y no a su adversario.
-Que les dará más subsidios y subvenciones, y que sacará el dinero de los impuestos que les haga pagar a los que tienen más dinero que los que lo van a recibir.
-Que despenalizará todas las infracciones a leyes que molesten a los que las infrinjan.
--Que su norma filosófica para ejercer el poder gubernamental se basará en la promesa de legalizar todo lo que hagan los que lo hayan votado y  castigar ejemplarmente a los que no lo voten.

Por eso, y por otras picardías que omito, ningún político promete en España “sangre, sudor y lágrimas”.