Felipe González, al
que admiro, fue un político al que. mientras le duró la ambición política, fue
un excelente político comparable solo, y quizás, a Adolfo Suárez que aceleró
tanto el motor de la ambición que lo impulsaba, que se quedó sin combustible demasiado
pronto.
¿Qué es un
político, al fin y al cabo?
Un señor que
camufla su ambición personal tras la cortina de humo del interés general.
Y Felipe, en una de
sus sibilinas maniobras que hoy le he leído, asconseja a Pedro Sánchez, el
actual secretario general socialista en el que el cargo ha ido degenerando
desde Felipe, que se entreviste pero no llegue a acuerdos con Mariano Rajoy.
Cui prodest? ¿A
quien beneficia esa artimaña de hablar por hablar si, de antemano, se decide
que no va a resultar en la formación de
gobierno?
Para el principal
interesado en la charla, que debería ser Rajoy, el consejo de González a
Sanchez le sirve para convencerse de que la entrevista será una pérdida de
tiempo garanrtizada, con lo caro que cuesta a los españoles el tiempo de sus
presidentes de gobierno, auque sea en funciones´.
Mi primo Emeterio,
(“El Meti”), que es tan sabio que eso de la política le parece una mariconada,
dice que Felipe no puede ser demasiado listo si se pone a tratar la compra de
una burra empezando por decirle al dueño que no se la va a comprar.
Entonces Felipe,
¿por qué aconseja al tal Sanchez que hable con Rajoy para decirle que no?
Pues evidentemente
porque los españoles, excepto Felipe González, son tontos y si el que su
partido socialista quiere que sea presidente hablara con Rajoy para nada, nadie podrá acusarlo de
no haber intentado sacar a la Patria del supuesto apuro en el que ahora la han
puesto.
¿Y España? ¿Y la
Patria?
Pues mire usted, es
como un calabacín: lo mismo sirve para hacer pisto, para freirlo empanado en
rodajas que para lo que me callo y dejo a la sucia imagiknación de cada uno.