viernes, 21 de octubre de 2016

CARMENA Y LA SUERTE

Si lo ha dicho Manuela Carmena—esa especie de triángulo isósceles que ha alcanzado tanta altura de poder como poca es la base de su aptitud—punto en boca.
“Se ha acabado la democracia representativa”, ha venido a decir,  y se quedó corta porque la democracia, con el apellido que quieran ponerle, no sólo se ha acabado sino que nunca ha existido en España.
El pueblo, que es el que manda según la etimología de democracia, nunca ha mandado porque si mandara no sería pueblo, por naturaleza obediente de grado o por fuerza al que mande.
Otra cosa es que la alcaldesa de Madrid quisiera decir que éste cachondeo de democracia representativa (el sistema que, generalmente por elección, designa al que ejerza en su nombre el poder) se ha acabado en España.
Y, si eso es lo que pretendía decir  al decir lo que ha dicho, también se equivoca porque el pueblo español, desde hace ya medio siglo, se ha limitado a elegir como representantes  políticos a gente cuya inclusión en las listas electorales no dependió de ellos, sino del dictador del partido patrocinador de la lista electoral.
Si fuera congruente y aconsejara según su experiencia, esa abuela un tanto desaliñada y un mucho fruto de su pródiga suerte que le permitió no estar aquella noche de Enero de 1977 en el despacho de abogados de Atocha en el que se supone que debería haber estado, propondría el azar como determinante en la escogencia de mandamases.
Porque, y dejándonos de cuentos y palabrería, ¿qué interesa más a los pueblos para que los gobierne quien tenga que gobernarlos? ¿Un tío-a listo-a, uno inteligente-a, un honrado-a , o uno –a al que-a la que la suerte le sonría?
Evidentemente, el mejor gobernante para un país sería aquel-aquella al que los dioses amparen con el regalo determinante de la suerte.

Un suponer: Manuela Carmena.