Hay que ver lo
que es esa patraña de la evolución que se le ocurrió a Darwin si se aplica al
deporte: un estruendo de plebeyos pitos, sin la ancestral nobleza de la flauta,
una sola de cuyas notas puede cambiar el mundo.
“El mundo he
de cambiar”, es como se conoce el opening 1 de Inuyasha, “notas para flauta
dulce”
El estruendo
de pitos sin flauta es a lo que ha evolucionado un espectáculo originalmente
deportivo como la Final de la Copa del Rey de Fútbol.
Y ojalá se
quede en eso y no empeore.
Porque,
afortunadamente, todavía es solo una cacofónica denegación de una realidad
evidente: pitan los que, por mucho que les duela España, son españoles.
Que se sepa,
todavía no hay resultados de inverosímiles estudios de impronunciables
universidades norteamericanas sobre la aceleración de la evolución hacia la no
españolidad mediante el abuso del silbato.
Como para todo
lo que se considera problema, también para el de las pitadas organizadas se
adelantan soluciones.
Una de ellas
(oídos que no oyen, corazón que no siente) es apagar el televisor. Otra,
fusilar a los silbantes, con lo que el estruendo de los disparos ensordecerá al
de los pitos.
Pero hay otro
remedio más sutil que, por lo mismo, inevitablemente es chino: el de que el
bambú, para no quebrarse, se incline en la dirección en que el viento sople.
Así que, en la
próxima ocasión en la que algún equipo de alguna de las regiones propensas a
silbar acuda al estadio para silbar con el pretexto del partido, el Rey y toda
su corte del palco deberían sacar del bolsillo de sus chaquetas sus propios
pitos, llevárselos a la boca y soplarlos con ejemplar entusiasmo.