jueves, 3 de septiembre de 2015

LA ESPAÑA QUE FUÉ

Uno, que nunca ha sido demócrata, tiene tanto derecho a hablar de democracia como el ingeniero aeronáutico que nunca haya montado en avión lo tiene a diseñar aviones.
Por eso, tanto puede escribir sobre España el político que la pilote como el pasivo pasajero que se beneficie o padezca la pericia o de la inepcia del piloto.
Hablemos, pues de España, tan eterna que  se creía que ni el más voraz de los depredadores, el español, sería capaz de acabar con ella.
Ahora andan atareados los depredadores, que en tiempos anteponían el “Viva Rusia” al “Viva España”, con una estratagema diferente: trocearla para que, progresivamente mutiladas sus partes, desaparezca el conjunto.
España se esfumará de la Historia como lo hizo Etruria, aquélla civilización que urbanizó y fundó la Roma que se apropió de su gloria.
La desaparición de España ni siquiera merecerá que la futura Historia la mencione porque carecerá de la espectacularidad épica que seduce a los historiadores: el descubrimiento de América, la Revolución de Octubre o la Rendición de Japón.
España desaparecerá sin grandeza, como consecuencia de simples decisiones rutinarias adoptadas democráticamente por el más vulgar de los procedimientos, las elecciones.
Lo que forjaron audaces bandoleros como Viriato, El Cid, El Empecinado o Franco lo desharán los porcentajes de un resultado electoral. Sin nombres, sin villanos ni héroes.
Rutinaria, pacífica, democráticamente.