Ahora ha
pasado de moda pero hasta hace poco se la invocaba como el vínculo que mantenía
atados a sus vecinos como la soga a los condenados de las cuerdas de presos.
Ya no hay
cuerdas de presos que a troche y moche sean conducidos por sayones feroces por
los llanos desiertos de la antiguamente seca España.
Y es que lo
que antes distinguía a los buenos vigilantes de los perversos cautivos ya no es hacer cumplir las leyes de los primeros y la contumacia en violarlas de
los segundos.
Ahora es la
clase social en la que cada cual se sienta encuadrado la frontera entre buenos
y malos.
Y los malos de
entonces, los presos, han pasado a ser los buenos de ahora: los que por su
clase social proletaria sean víctimas de la explotación a la que los sometan
los ricos.
¿Y si alguno
de los antes explotados se desclasa porque junta dinero o le toca la lotería?
Pierde
automáticamente su condición de pobre y, al adquirir la de rico, pasa de
explotado a explotador.
Y sigue siendo
explotado aunque, para resarcirse de cualquier contratiempo, se pague un viaje
en avión por medio mundo para impregnarse del olor de la riqueza en California,
aquella tierra de míticas ensoñaciones medievales que ahora ansían los que,
teniendo más dinero que Midas, interpretan de vez en cuando papeles de
miserables.
Y es que las
cosas son como son y no como se predican: los de la casta sometida aspiran a
que se les encuadre en la clase dominadora y los de la clase opulenta se
empeñan en seguir en ella, aunque tengan que explotar a los que menos tienen.
Como antes de
que se inventara la martingala de la lucha de clases. La cuestión es “tener o
no terner” o, dicho en gringo, “to have or to have not “.