domingo, 8 de octubre de 2017

QUE LA HISTORIA LOS IGNORE



En su lengua acadia lo llamaban Asurbanipal y en el latín de los romanos lo conocían por Sardanápalo.
Como la historia se nutre a veces de la mitología, hay quien sostiene que Asurbanipal y Sardanápalo eran hermanos y que, mientras el primero reinaba con prudencia y mesura en Babilonia, el segundo tiranizaba Nínive y, en una nueva edición del eterno duelo entre el mal y el bien, el pleito acabó en guerra.
Mi amigo y colega santacrucino Jose Quiroga, al primero que oí referenciar a Sardanápalo, lo usaba para calificar al más bárbaro nacido de mujer, el hombre que solo tiene de humano el aspecto.
Eugene Delacroix, que pintó el retrato del fin de Sardanápalo que exhibe el museo parisino del Louvre, describe la escena: 
“Los rebeldes asediaron su palacio... Acostado en una magnífica cama, en la cima de una inmensa hoguera, Sardanápalo da la orden a sus eunucos y a los oficiales de palacio de degollar sus mujeres, sus pajes, hasta sus caballos y sus perros favoritos; ninguno de los objetos que habían servido a sus placeres debían sobrevivir”.
Como moraleja de toda controversia épica entre la bondad identificada con un personaje y la maldad en su antagonista, hasta la riña de corrala que es esta desavenencia de Cataluña con el resto de España requiere un bueno y un malo para que los historiadores la narren.
Y ahí está el problema.
¿Es lo suficientemente bueno Mariano Rajoy para que al díscolo Puigdemont le corresponda pasar a la Historia como el malo?
En justicia a sus méritos, lo más acertado para los que escriban la historia española de estos días sería ignorarlos, como si nunca hubiera existido ninguno de los dos.