lunes, 1 de junio de 2009

AGRADADORES DIGITALES

Un señorito sin agradador es tan inconcebible como un tiburón sin rémora: ambas especies parasitarias viven de los desperdicios de su huésped a cambio de sus servicios.
El agradador habita en todo el mundo y se adapta a todos los climas, aunque se creía endémico de Andalucía porque es donde mejor se ha estudiado su comportamiento y donde más se valora su utilidad.
Solamente la sutiliza de los andaluces sabe apreciar la necesidad de lo superfluo y el agradador, más que necesario, es imprescindible.
A la variedad extraandaluza del agradador se la conoce por “adulador”, que es un agradador instintivo. El agradador, y en eso consiste su singularidad, es un adulador profesional.
En Andalucía, que conserva la virtud de su esencia porque no ha dejado de transformarla desde hace cinco mil años, ningún señorito prudente acometería un negocio, mercantil o sentimental, sin apoyarse en un agradador eficaz.
¿Para qué sirve el agradador?
Supongamos que el señorito se encapricha de una finca y se mete en tratos con el propietario. Para desembolsar lo menos posible en la compra, le hace notar que la tierra es mala.
“¿Mala?”—lo secunda su agradador—“Ese baldío no cría ni jaramagos”.
¿Y si es una mocita la que despierta su capricho? El agradador, imprescindible en el galanteo, jurará a la pretendida que el galán bordea la locura de tanto pensar en ella.
Para ser tiburón o señorito solo se requiere fuerza o dinero. Ser agradador es más complicado porque hacen falta astucia, disposición al servilismo y administrar prudentemente los ditirambos.
Sería imperdonable que cuando el señorito dijera que no tiene lo que el comprador le pide por lo que pretende comprar, el agradador ratificara que solo tiene deudas.
La de agradador sigue siendo una profesión rentable aunque, acorde a la capacidad de la raza andaluza para sobrevivir adaptándose a la evolución, se ha acomodado al medio y hasta se sirve de Internet para ejercer sus habilidades.
Vean, si lo ponen en duda, la cantidad de asentimientos que genera la columna digital de un señorito humanista, navegante, financiero y apóstol de una religión esotérica con supersticiones cristianas, en la que habla de sí mismo y de los elogios que otros le hacen.
El señorito, que sirvió tanto antaño para un roto como pretende servir hogaño para un descosido, no se privó de agradadores ni en la cárcel.