Andaba uno esta mañana taciturno y un poco melancólico,
quizás agobiado por la inerte evolución del presente hacia el futuro que,
irremediablemente, desembocará en el piélago sereno de la nada.
¿No será, por un
casual, que cenó usted demasiado y que, como consecuencia, perdió en vela el
tiempo que debería haber dedicado a dormir como un lirón?
Tan posible es esa explicación
como la de que la vela la provocara la metempsicosis, esa teoría de que el
alma, motor del cuerpo de los hombres, transmigra de los ya muertos a los que
vayan a nacer.
--Pues, como esa
haya sido la razón de su incómoda desazón estamos más perdidos que los que
quisieron ir a La India y se toparon con América.
Que Dios no
permita que ese sea el caso porque hay errores, y ese sería uno de ellos, que
ni el más poderoso detergente logra borrar la mancha que ensombrece la
rutilante verdad.
--“Prueba de ello”,
que diría un cursi, “es que a los malos de las añoradas películas del Oeste los
siguen conociendo por “indios” y no por “americanos”.
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