Leyendo
titulares de periódicos y viendo-oyendo resúmenes de la TV, se deduce
claramente que el resultado de las elecciones catalanas ha puesto patas arriba
el negocio de la política española.
Las victimas
propiciatorias de la maldad intrínseca que los partidos políticos son para
España son o somos los españoles ya que, mientras a más electores convenzan
para que les confíen su voto, más poder acumulan los partidos.
En esa
convencional división entre derechas o izquierdas, se supone que los distintos
partidos derechistas juntarían sus ganancias electorales para sobreponerse a
los izquierdistas, o los de izquierdas para imponerse a los de derechas.
Graso y craso
error.
Y es que el
objetivo determinante de la acción política de los partidos es mandar para disfrutar
en exclusiva del ordeño de las ubres del Estado.
Ahí tienen al
Partido Popular al que, si la ideología fuera determinante de su lucha
política, procuraría entenderse con sus correligionarios de Ciudadanos para que de ese esfuerzo unido
pudiera imponerse al Estado la orientación ideológica en la que coinciden.
Y, entonces,
¿por qué los del Partido Popular y los de Ciudadanos están cada vez más
separados, desde que los segundos ningunearon a los primeros en las elecciones
catalanas?
Porque lo que realmente
quieren es mandar, que significa acceder a las ubres del estado para ordeñarlo y
disponer así de la sustancia nutricia que es el Poder.