jueves, 19 de julio de 2018

EL QUE PIERDE, GANA


Muchos trenes supersónicos y que no falten variedades sexuales para catalogar a los españoles, que somos, al mismo tiempo subvencionadores y subvencionados del Estado  pero que, de verdad, no hemos pasado de arrieros y capadores de guarros.
¿A qué otro bípedo racional y más o menos razonable se le hubiera ocurrido mandar que le hagan un submarino, que mientras no esté submarineando necesita que lo guarden, y hagan un garaje en el que, en el momento de meter el barco, se descubre que  falta espacio o sobra submarino?
¿Y cómo es posible que no se les haya ocurrido a los que tenían la obligación de habérseles ocurrido, que hicieran un barco más chico o un aparcadero de submarino más grande?
Si el despropósito de no adecuar el barco a su garaje ni el garaje al barco es solo uno de los muchos que en el futuro salgan a la luz, más valdría que sus propios tripulantes sean los que lo hundan en caso de necesidad, que será cuando se les ordene entrar en combate.
Habrá quien se rasgue las vestiduras y se ponga cenizas en el pelo o la calva, que eran los síntomas tradiciones de desconciert antes de que disfrazaran la dolencia con nombres raros.
¿Y para qué quiere España un submarino, si en ninguna guerra contra extranjeros ha salido vencedora porque todas las ha perdido?
--Pues para guerras civiles, a las que tan aficionados somos los españoles porque en ellas uno de los combatientes pierde, pero sus contrincantes y compatriotas ganan.
Es la ventaja de las guerras civiles. Siempre gana la mitad de la población del país, en éste caso de España.
La experiencia y la historia así lo demuestran.
Y ya se sabe, si al final de una guerra civil se le ocurriera al que la haya ganado hacer un monumento, que lo piense dos veces: con el paso del tiempo (as time goes by) puede que los que  creían que ganaron la guerra la perdieron,   porque los que parecía que la habían perdido, la ganaron.