lunes, 24 de septiembre de 2012

DEMOCRACIA DECEPCIONANTE

Franco disfrutó de poder político absoluto desde abril de 1937 y, cuando murió el dictador, los partidos a los que se lo había arrebatado acordaron repartírselo.


Lo consiguieron convenciendo a los ciudadanos, la mayoría de los cuales solo había conocido la dictadura, de que la democracia era la mejor solución para salir de la situación en que el dictador había dejado a España .

Fascinados por la desconocida liturgia de las elecciones, los españoles obedecieron a los políticos y, cada vez que los convocaban, se apresuraban a depositar sus papeletas en las urnas.

Pero mientras más menudeaban las elecciones, más se enconaban los problemas de España.

Desde la primera convocatoria electoral del postfranquismo, en 1976, el entusiasmo con que los españoles han acudido a las urnas ha ido decreciendo tanto como la decepción por el sistema de elegir dirigentes.

¿Es culpa de limitar la democracia a la liturgia de la votación, del incumplimiento sistemático de las promesas de los candidatos en sus programas o de que las soluciones que proponen para resolver los problemas no son las adecuadas?

Como se entiende la democracia en España y otros países del mundo, no puede ser una forma eficaz de resolver los problemas porque concede el mismo valor al voto del especialista que al del peón para resolver asuntos técnicos. Hay más  peones que técnicos.

A la hora de aprobar o rechazar una modificación del código penal, vale tanto el voto del juez como el del delincuente. Hay más delincuentes que jueces.
El voto del economista tiene el mismo valor que el del albañil, al aprobar legislación económica y el del poxeneta explotador tanto como el de la pupila explotada.

Tampoco los partidos políticos de ámbito nacional proponen soluciones radicalmente distintas y solo los nacionalistas se diferencian de los demás en que su preocupación principal es desgajarse de España.

La gran propuesta, la que marcaría un cambio en la vida de los españoles, no se atreve a plantearla ningún partido:

¿Están los españoles dispuestos a adecuar su forma de vivir y trabajar a la de Europa del Norte, o prefieren el modo meridional de vida, en que se da prioridad al descanso y se relega el esfuerzo a un objetivo secundario?

En definitiva, decidir entre la copa diaria, frecuentar restaurantes, disfrutar de puentes de cinco días, pagar cien euros por partido de fútbol, no perderse  una romería ni una romería, viajar al extranjero de vacaciones y tener los últimos modelos de cachivaches, o permitirse esas amenidades una o dos veces al año.

Si los políticos españoles les advirtieran a sus votantes que teta y sopa no caben en la boca, serían honestos y, aunque perdieran votos, no engañarían a los electores con promesas que saben que no podrán cumplir.