martes, 14 de julio de 2009

ESPAÑA Y CATALUÑA: ASUNTO DE FAMILIA

Es posible que los ciudadanos de Cataluña, además de catalanes, se consideren también españoles pero no es lo que se deduce de lo que dicen la mayor parte de sus representantes políticos.
Salvo quince, --los del Partido Popular y el de Ciudadanos—los 135 diputados del parlamento catalán siguen al pié de la letra el camino trazado por las direcciones de sus partidos, hacia la meta de la independencia.
Si están interpretando fielmente los anhelos de sus votantes, es evidente que la mayor parte de los catalanes no quieren ser españoles, aunque seguir asociados a España los beneficie.
Pero ese inestable equilibrio de intereses, materiales por parte del que pone precio para conservar la unión, y sentimentales por parte del que paga para no romperla, fatalmente conducirá a una decisión definitiva que convenga sin reservas a las dos partes.
Será cuando los catalanes abandonen su ambigua doble lealtad y opten por una de ellas: no que renuncien a ser catalanes, sino que admitan claramente que, además de catalanes, son españoles.
También los ciudadanos del resto de España tendrán que decidir si les conviene una Cataluña reacia a proclamar su pertenencia a la familia, que exige negociar directa e individualmente su contribución al bienestar familiar, y no como uno más de sus miembros.
Los ejemplos de hijos díscolos son perjudiciales y contagiosos para la armonía de las familias y de las naciones. Puede que, aunque duela, sea mejor que se vaya a vivir por su cuenta el descontento por vivir bajo el mismo techo, en lugar de ceder permanentemente a sus exigencias.
Si el ideal de convivencia de los pueblos es la familia, conviene aceptar que no se puede integrar en la familia a quien no se sienta parte de ella.

lunes, 13 de julio de 2009

SUBSIDIO AL HEROISMO DE VIVIR EN CORDOBA

En éstos tiempos en los que el gobierno le llena el cazo a Cataluña, Valencia o Madrid , mi austera, resignada y señorial Córdoba soporta con estoicismo senecano las adversidades de su destino, sufre en silencio la fatalidad de sus penurias y se queda sin recibir ni un euro extra en el reparto de caudales públicos.
Le sobran razones a Córdoba para que, en éste sistema de supuestos agravios subsidiados, pueda reivindicar compensaciones dinerarias por injusticias pasadas que hacen particularmente gravosa la vida de sus ciudadanos.
¿Quién compensa la arbitrariedad de Javier de Burgos cuando, como secretario de estado de fomento de Cea Bermúdez acometió en 1833 la reforma administrativa que todavía pervive y dejó a la Provincia de Córdoba sin costa?
Al carecer de litoral marino, Córdoba se ve privada de los subsidios al sector pesquero y al de construcción naval al que tendría derecho si tuviera costa.
Cataluña, Madrid y Valencia reclaman y obtienen aumento en sus asignaciones estatales por un incremento coyuntural de su población, lo que Córdoba tiene difícil.
¿Quién, que no haya llegado aquí al nacer y sin que le pidan su aquiescencia, va a venir a vivir por capricho a una tierra en la que la temperatura se acerca en verano a los cincuenta grados y desciende a la media docena por debajo de cero en invierno?
Si se premia vivir más apretados a los de Cataluña, Madrid o Valencia, ¿por qué no se subsidia a los que viven heroicamente en el clima adverso de Córdoba?
Los gobernantes verán, pero si no le ponen remedio a esto y estimulan con un trato de favor fiscal o mediante subsidios directos a los que mantenemos en alto el pabellón de la patria en esta tierra de superhombres que es Córdoba, a la vuelta de unos siglos esto será un erial.

jueves, 9 de julio de 2009

LOS LIMITES DEL PERIODISTA

Los límites de la actividad periodística son tan difusos que la definición más ampliamente aceptada de periodista es la que lo compara con el notario, cuyas funciones están mejor estructuradas y reglamentadas.
Se dice, pues, que el periodista es un notario de la actualidad y, como tal, se supone que debe dejar constancia de hechos fehacientes que presencie o le consten.
Si un notario sazonara los hechos que refleje su acta con sus opiniones personales, su particular interpretación de gestos, o asumiera como verdad la opinión expresada por otro, sería un mal profesional.
Lo mismo podría decirse del periodista que distorsione la información adobándola con su opinión, o matizandola por su simpatía o ideología personales.
No todo el que escribe en un periódico o interviene en radio o televisión es, pues, periodista.
El periodista debe procurar activamente que sus simpatías no influyan en el relato de los hechos que narre.
¿No tiene derecho el periodista a opinar y a difundir su opinión? Tanta como cualquier ciudadano, pero ese derecho a la opinión no se lo da su oficio de periodista, sino su cualidad de ciudadano.
El periodista que camufla su opinión tras la máscara de la información es lo más parecido al bandolero que se emboza para ocultar su identidad. En el momento en que opine, deja de ser periodista para convertirse en predicador laico, en agitador político o en apóstol social.
Todas esas vocaciones tienen nobleza, si se ejercen a cara descubierta, porque la información debe ser imparcial, objetiva, neutra y aséptica para que sea creíble.
Informar sin que las simpatías del informador trasciendan a la información es una tarea melindrosa y, por eso, el informador ocupa el escalafón mas elevado en la profesión periodística.
Si eso es así, ¿por qué hay tantos periodistas que opinan? La primera razón es porque el periodista puro degenera hasta transmutarse en comentarista.
El comentarista no tiene que ser testigo de lo que relate, comprobar la veracidad de los datos de su informante, ni contrastarlos con datos de informantes opuestos.
Al contrario que el informador, no tiene que cuidar la redacción de sus textos para que no traduzcan sus afinidades personales con alguna de las partes enfrentadas en los hechos que relate.
El poder, además, seduce con sus tentaciones al comentarista de nombre conocido, e ignora al informador anónimo, cuya firma no suele encabezar su información.
Es más provechoso social y económicamente ser comentarista conocido que informador anónimo.
En los textos del informador, lo que relata tiene más importancia que el estilo del relato, y el buen dominio del lenguaje es la única herramienta para hacerlo ameno.
En el comentarista es más determinante la forma que el fondo y puede utilizar la ironía, el sarcasmo o la mordacidad como recursos de amenidad.
Comentarista puede ser cualquiera. Periodista, solamente el que renuncie a utilizar su oficio como púlpito privilegiado.

miércoles, 8 de julio de 2009

LOS EXTRANJEROS ENVIDIAN A ESPAÑA

Si alguien dudaba de que no nos pueden ver y de que nos ningunean por envidia, que estudie la fotografía que evidencia el contubernio internacional contra España: El retrato en el que Obama y la Merkel le hacen empalagosas carantoñas a Nicolas Sarkozy.
¿Es que José Luis Rodríguez Zapatero es menos que el Presidente de Francia? Será para esos extranjeros insensatos e insensibles, porque una española racial, ecuánime y cosmopolita como Leire Pajín lo conceptúa como líder mundial.
Si nadie duda de la jerarquía de tan indiscutido prohombre, ¿por qué le rindan pleitesía a otro de menor rango intelectual, moral y político?
Está claro: el desmesurado halago al Presidente de Francia escondía la mezquina intención de regatear a la España de José Luis Rodriguez su supremacía moral, económica y política, galanteando a su vecino Sarkozy, que no pasa de alumno aventajado del español.
No era, pues, al eminente ciudadano José Luis Rodríguez Zapatero al que los tres políticos pretendían agraviar, sino a España, en la persona de su Presidente del Gobierno.
El pretendido agasajado y los descarados aduladores son cómplices en la afrenta y cada uno de ellos por razones particulares:
Obama está molesto porque Zapatero declina todas las invitaciones que insistentemente le formula el presidente norteamericano para que se entrevisten a solas.
Sarkozy sigue escocido por el propósito anunciado por el Presidente del Gobierno Español de conseguir que la economía española sobrepase a la francesa.
La inquina de Merkel es comprensible: todavía no ha digerido la derrota de la selección de Alemania, de robustos jugadores arios nórdicos, frente a los escuálidos y renegridos españoles, que le arrebataron la Copa de Europa.
Obama, además, nos envidia el tren de alta velocidad, la genial intuición del gobernante español al adelantársele en proponer la Alianza de Civilizaciones y su celo superior en la defensa de la concordia mundial.
La Merkel no perdona que los bares españoles sirvan la cerveza con tapas, y no a palo seco como en su país y Sarkozy ya desespera de conseguir su sueño de lidiar seis de Tulio en la Maestranza.
Hay que ser comprensivos y disculpar a Obama, Sarkozy y la Merkel porque, bien mirado, les sobran razones de resentimiento.
Pero que lo paguen con España y no con Zapatero, que ocupa la Presidencia del Gobierno por una cadena de caprichos del Destino, de la que es el más sorprendido.

lunes, 6 de julio de 2009

LOS RESIDUOS DE LA FALANGE

En vísperas de que se cumplan 73 años de la sublevación militar de Franco que originó su Estado Nacional Sindicalista es inevitable la evocación del suceso y la meditación sobre los residuos de su herencia.
De la Dictadora a la Democracia, los cambios más evidentes se han operado en la forma de la Jefatura del Estado, representación en las cortes, elección de gobiernos, organización administrativa del estado, libertad sindical e implantación del sufragio universal.
Por su envuelta exterior, el Estado actual parece radicalmente diferente del que el Caudillo, con metódica minuciosidad, forjó a voluntad.
¿No queda entonces ningún vestigio del nacionalsindicalismo de Franco? ¿Se han esfumado los ideales falangistas que Franco adoptó como fundamento filosófico de su Estado?
Una somera reflexión lleva a una conclusión ambigua: la pretensión falangista de forjar una sociedad nueva pervive en unos casos y, en otros, ha fracasado.
Proclamaba la Falange que el hombre es portador de valores eternos, y el español contemporáneo demuestra día a día que sigue convencido de esa verdad.
Basta observar la solemne circunspección con que encaran la vida pública, particularmente en lo que atañe al debate político.
Los que no se revisten de pontifical para encadenar solemnes juicios trascendentales cuando hablan hasta de las ocurrencias más chuscas de los políticos son, para quien los escuche o lea, ciudadanos frívolos o chisgarabís poco de fiar.
Hay palabras sacramentales (democracia, estado de derecho, justicia social, igualdad, responsabilidad social) que hay que pronunciar con la mitra calada o con el fajín de estado mayor bien ceñido.
Si pudiera escucharlos, José Antonio Primo de Rivera se sentiría orgulloso de la gravedad del tono de sus compatriotas al hablar de política, fruto de su convencimiento de que son portadores de valores eternos.
Un residuo de la doctrina falangista, pues, plenamente vigente.
Pero, ¿y el proyecto de transformar este país adusto y hosco en una España faldicorta?
En eso, el propósito de Primo de Rivera ha sido un fracaso notorio.
Como prueba, la actitud de los españoles contemporáneos ante el Forrest Gump que gobierna: en lugar de celebrar la habilidad de su razonamiento, que le permite condensar en una misma frase tesis y antítesis, lo critican por sus contradicciones.
O su incongruencia al pretender hacer de este país crónicamente belicoso un adalid de la alianza imposible de civilizaciones, propugnar en Honduras la concordia fomentando la discordia o proponer solución a los problemas extranjeros mientras encona los nacionales.
Y los habitantes de la España faldicorta que Primo de Rivera proponía se siguen tomando en serio al que los gobierna.

domingo, 5 de julio de 2009

ORGULLO HOMOSEXUAL

Es razonable que quien logra con dedicación, talento o ingenio lo que anhelaba conseguir se sienta orgulloso de haberlo alcanzado.
Pero quien se enorgullece de lo que es, sin haberse esforzado en ganarlo, es un engreído o un fanfarrón, que evidencia su pretensión patológica de proponerse como ejemplo para los menos favorecidos.
Un homosexual que hubiera tenido que sobreponerse a dificultades que le impidieran dejar de ser heterosexual sería comprensible que se sintiera orgulloso de poder adecuar su comportamiento a sus inclinaciones íntimas.
Pero la mayoría de los homosexuales afirman que su condición es consecuencia de la discordancia entre su fisonomía y sus innatas inclinaciones sexuales.
Es innegable que la sociedad ha aislado y perseguido a los homosexuales y les exigía que su comportamiento fuera acorde a su apariencia visible y no a la sensibilidad que albergaba su interior.
Esa presión para que se comportaran como lo que parecían, y no como lo que eran, hizo de los homosexuales víctimas perseguidas con diferentes grados de crueldad a lo largo de la historia.
Puede que la discreción de simular su condición aguzara la prudencia de los homosexuales y estimulara su ingenio más que a quienes la naturaleza dotó de fisonomía e inclinaciones concordantes.
No ha sido la homosexualidad estorbo para que su condición les impidiera contribuir al progreso de la ciencia, la cultura y el bienestar, tanto como los heterosexuales.
Ha sido decisiva su conducta mesurada, y discreta casi siempre, para que la sociedad haya acabado aceptando su derecho a la igualdad de trato, sin consideración a su singularidad.
Siempre se ha reconocido su buen gusto natural, su refinamiento estético y su pleitesía a las manifestaciones de la belleza.
Choca por eso la extravagancia chabacana de esos desfiles verbeneros con que, desde hace un tiempo, los homosexuales exhiben, proclaman y celebran su condición.
Es, aunque no lo pretendan, como si se propusieran como ejemplo de una meta lograda, que los heterosexuales deberían intentar alcanzar.
Es inexplicable esa súbita necesidad de proclamarse diferentes, en ciudadanos generalmente prudentes, que durante siglos exigieron que se les considere iguales.
Quizá se deba a una confusión semántica y los homosexuales, en lugar de sentirse orgullosos de su singularidad, quieran expresar en sus desfiles el orgullo de no tener que ocultarla como si fuera un delito.
De la sabiduría demostrada por muchos homosexuales eminentes cabe esperar que no pretendan inducir a los demás a que sigan dictados a los que su predisposición no los incline.
Sería caer en el error de que fueron víctimas cuando la incomprensión de una sociedad fanáticamente heterosexual persiguió a los homosexuales porque no cumplían lo que su innata proclividad les vedaba.

jueves, 2 de julio de 2009

"SWORDFISH", BRILLANTE OPERACION DEL CNI

A “Swordfish”, la operación de espionaje más compleja realizada por agentes españoles en la historia de los servicios secretos nacionales, le puso broche de oro la dimisión del director del CNI, Alberto Saiz.
“Ha sido magistral. Todos creen que deja el cargo por su afición a la pesca”—me ha confesado un espía que oculta su identidad para conservar el empleo--“pero Alberto no pesca ni catarros”.
Oculto el rostro por un pasamontañas, con susurros entrecortados por sus desconfiadas miradas a los que nos rodeaban en una marcha del Orgullo Gay en Chueca, me confió: “La cobertura para ésta operación ha sido tan sutil que, si se conociera, la usarían como ejemplo todos los centros de adiestramiento de espías”.
Según mi informante, habría que remontarse a 1492 para encontrar un éxito parecido al de la operación “Swordfish”.
Se refería a la labor de los agentes castellanos para ocultar a sus rivales portugueses la ruta de las naves que descubrieron América, violando el tratado de Alcobaça.
Con la discreción que requiere asunto tan delicado, resumiré lo que me contó de la operación “Swordfish” (Pez Espada):
Un agente del CNI, que tomaba un curado de tuna en la pulquería “El Eructo de Baco” de Tepito, el barrio bravo de la capital mexicana, oyó casualmente a dos parroquianos que se extrañaban del interés de un abarrotero gachupín por el descubrimiento de un santero de la sierra lacandona que permitía el cambio del color de la piel humana con infusiones vegetales.
El descubrimiento, averiguaron los espías del CNI, se había demostrado particularmente eficaz para convertir en negros a los blancos, pero no servía para transformar a los subsaharianos en caucásicos.
Tres años tardaron los agentes del CNI en descubrir que el interés del abarrotero gachupín de Tepito obedecía a un plan de ETA para introducir comandos en España desde Africa, confundidos con ocupantes de pateras.
Averiguaron que la ETA había montado un centro experimental en Senegal y que uno de los nativos que había servido de conejillo de indias trabajaba en una empresa de pesca oceánica, y estaba dispuesto a revelar cuanto sabía.
Exigía, sin embargo, que fuera un dirigente del CNI quien escuchara lo que tenía que revelarle, a cambio de un contrato laboral en España.
Alberto Saiz asumió personalmente el riesgo. Los únicos detalles que mi informante sabía de la reunión eran las claves para el contacto: Saiz debería ofrecer un paquete de cigarrillos españoles a los marineros negros del catamarán Blue Albatros mientras les preguntaba ¿Fortuna?
El contacto que buscaba respondería a la pregunta ofreciéndole a Saiz una cajetilla de cigarrillos americanos y pidiéndole: Try the lucky strike (“Pruebe la buena suerte”)
Me garantiza mi discreto contacto que la misión de Saiz fue un éxito tan rotundo que las autoridades españoles han descartado definitivamente la amenaza de que ETA haga llegar a España a sus terroristas, transformados en inmigrantes negros.

miércoles, 1 de julio de 2009

ZAPATERO, A TUS ZAPATOS

En 1961, la Dictadura del General Franco no tenía otro apoyo internacional que el que, tapándose la nariz, le regateaban los Estados Unidos a cambio de que operaran desde suelo español los bombarderos estratégicos armados con bombas nucleares para frenar el peligro soviético.
Las bases norteamericanas en suelo español eran la última trinchera del régimen anticomunista de Franco frente a la amenaza que, según el dictador, eran para España el comunismo y la Unión Soviética.
A mediados de Abril de aquel año, una tropelía de exiliados cubanos mal encuadrados y patrocinados por Estados Unidos desembarcaron en Bahía Cochinos para echar de Cuba a Fidel Castro y sus revolucionarios, en el poder desde dos años antes.
El chasco de Bahía Cochinos convenció a Fidel Castro de la necesidad de buscar apoyos para sortear nuevas amenazas norteamericanas y los encontró en la Unión Soviética.
Una orden ejecutiva del presidente John Kennedy en Febrero de 1962 fijó la prohibición de comerciar con Cuba, pretextando la creciente influencia soviética en el régimen castrista, y pidió a sus aliados que secundaran el bloqueo.
Tres marineros españoles murieron cuando sus barcos, que llevaban a Cuba mercancías, fueron atacados por anticastristas amparados por el gobierno de los Estados Unidos.
Franco se negó a la petición de su único aliado y protector extranjero, el gobierno de los Estados Unidos, y España nunca acató el embargo.
No cabía mayor discrepancia ideológica que la del virulento castrismo de la época y el militante anticomunismo de Franco, ni el dictador podía encontrar mejor ocasión de ganarse el aprecio que los norteamericanos le regateaban.
Pero, según la filosofía en que cimentó Madrid su argumentación para no secundar a los Estados Unidos, los lazos entre España y los países de Hispanoamérica trascienden la coyuntura de los gobiernos porque se fundamentan en el parentesco de sus pueblos.
El reconocimiento a los gobiernos de los pueblos de la familia hispanoamericana, sin calificar, preferir o rechazar la forma en que llegaron al poder, es obligación del país que, al concederles la independencia, reconoció su capacidad de autogobierno.
¿Qué derecho ni necesidad tiene España de constituirse en juez y parte de la forma de gobernarse de quienes se emanciparon hace doscientos años de su tutela?
Puede que el presidente Rodríguez esté convencido de que su superioridad moral lo hace árbitro imparcial en disputas de familia, como la que ahora turba la tranquilidad de los hondureños.
Pero, ¿no debería resolver los problemas propios antes de enconar los ajenos?
Al menos por una vez, que se conforme con desunir a los españoles, que ya casi lo ha logrado. Después, si tiene tiempo y lo dejan, que envenene los problemas de los demás.
Que no nos meta en camisa de once varas y escuche el sabio consejo popular: "Zapatero, a tus zapatos".