En esta mañana amenizada
por el trino de las aves y el susurro de los insectos, las flores han abierto
su sonrisa y la caricia sutil del aire anuncia que la festiva primavera ha
venido para que se vaya el oprobioso invierno.
¿Y qué?
Pues que allá por
las planicies mesetarias en las que del caserío de Madrid irradian las
órdenes para que los españoles hagan o no lo que el gobierno mande, se decide
si quieren morir como esclavos o como gente libre.
No crean que libre
es un calificativo de gente. Por naturaleza, el hombre es libre pero cambalachea
su libertad por una tutela crecientemente opresora.
Así, y en el caso
que hoy debaten los representantes de la chusma española en las Cortes de
Madrid, se trata de buscar un culpable que excuse la inoperancia del Gobierno
para minimizar los efectos de una epidemia mundial.
¿Y qué habría ganado
el gobierno al hacer peor lo que podría haber hecho mejor?
--Debilitar la
capacidad y voluntad de la gente para que cada uno por sí mismo, o en alianza
voluntaria y temporal con otros, trapichee los sinsabores del oficio de vivir.
--Pero, ¿que
podríamos hacer cuando, al prescindir de los políticos, el índice de paro en
España fuera superior al de los capaces de trabajar”.
--Pues lo que hasta
ahora hemos hecho. Pedir prestado a los extranjeros.