Son tan escasas las
ocasiones en las que el ciudadano puede sentirse dueño de su propio destino, y
en parte del de los demás, que el día que tenga oportunidad de votar debería
considerarlo mágico, regalo inmerecido de un duende bueno.
El último domingo
de éste veleidoso abril será uno de esos días cimeros que marcarán el final del
fatigoso pasado y el principio del azaroso porvenir.
--Oiga, sin coñas,
¿Qué pasa el domingo para que, además de ducharnos como todos los domingos
antes de ir a misa mayor, sea aconsejable ponerse gafas ahumadas para evitar
que el radiante sol nos deslumbre?
--Pues que los
españoles nos echaremos unas elecciones que, como todas a las que nos han
convocado los sucedáneos del inolvidable Caudillo, serán el alfa de la omega, y
la omega de la alfa.
(Se pretende dar a
entender que el resultado de las dichosas elecciones del domingo pondrá fin a
una era aciaga para que comience una época venturosa).
¿Y si el resultado nubla
todavía mas el futuro, tan preocupante que se han tenido que convocar
elecciones pata intentar despejarlo?
--En ese caso, se
va acortando paulatinamente el espacio interelectoral hasta que coincidan
inspiracion y expiracion, como en el ritmo respiratorio.
¿Y todo el día
durante todos los días de las semanas, los meses y los años vamos a tener que
votar los españoles?
--Ojala. Habremos
alcanzado el destino manifiesto que se señalo desde el principio de los tiempos
iniciales a los primeros protozoos de la peninsula: vivir para ser demócrata.
--Pues yo conozco a
cada vez más gente que son demócratas para vivir.
--Sí. Son los
conocidos como políticos.