miércoles, 3 de junio de 2015

DEMOCRACIA ARISTOCRÁTICA




Como concepto absoluto, la democracia es una utopía inalcanzable porque  un término abstracto como es el “pueblo”,  fusión artificial de individuos con gustos contradictorios, discrepan  por lo mismo en lo que quieren y en cómo conseguirlo.
Como sucedáneo relativo, se ha dado en llamar democracia al sistema por el que la mayor parte de los individuos impone al conjunto cómo  organizarse para lograr objetivos de la mayoría que no satisfacen a la minoría.
Pero, si esa mayoría no es suficiente para decidir qué hacer y cómo hacerlo, la democracia se deja de lado.
Se recurre, entonces, a acuerdos entre la aristocracia de los partidos para que, a espaldas de los ciudadanos, decidan por todos y asuman así  la responsabilidad de que la minoría marque lo que tienen que hacer las mayorías.
Esa argucia, degeneración aristocrática de un concepto democrático, es la que determina la actual situación política de España: chalaneo entre tratantes profesionales para complotar quien se queda con los mulos y quien se lleva las cabras.
Es así como esta supuesta democracia española ha evolucionado a la aristocracia plebeya de los partidos políticos, que es la que en definitiva decidirá quien manda a quien y quien obedece a quien.
Para eso no hacía falta tanta demagogia. Al final, la mayoría tendrá que obedecer lo que mande la minoría.
Como siempre, como cuando no había internet ni telefónos móviles y la solidaridad social se llamaba caridad.