domingo, 9 de agosto de 2009

MARIA TERESA VELA POR NOSOTROS

El desfile itinerante de modelos que la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega acomete cada verano por las pasarelas de América Latina no le impide, según uno de sus benévolos hagiógrafos, seguir de guardia.
No solo será verdad, sino que su estado de alerta es de 24 horas porque, a pesar de la diferencia horaria, vigila hasta el ritmo respiratorio de sus compatriotas desde Costa Rica, a donde el sol llega ocho horas después que a España.
Esa nueva “Reina Prudente”, que como Felipe segundo desde su covacha de El Escorial vela y se desvela por España sin importarle las distancias, es un bien demasiado valioso para que el Estado arriesgue perderla.
Si la esquemática María Teresa se empecina en ignorar las exigencias de descanso de su organismo, seguramente más frágil de lo que a España le convendría, nos exponemos a que un inoportuno agotamiento la obligue a un descanso que, por muy corto que sea, a los que nos vicegobierna nos parecerá interminable.
Que la vicepresidenta economice sus esfuerzos para prolongar sus servicios, sin los que el Estado perdería inspiración, aliento y tutela.
Ya tuvimos un gobernante irreemplazable que, cuando se fue a descansar en el modesto retiro que se preparó en vida en Cuelgamuros, nos dejó a los españoles con una sensación de orfandad que todavía no hemos superado.
Mará Teresa, aunque solo fuera porque los españoles la necesitamos fuerte, vigorosa, hacendosa y siempre alerta, debería moderar sus ímpetus de servirnos y disfrutar del paso del tiempo, que es un regalo de Dios.
Los desvelos ultramarinos de la vicepresidenta son innecesarios, aunque su modestia no calibre la eficacia del aparato que tan sabiamente ha urdido para el mejor gobierno del Estado.
Hasta en sus excesivamente largas ausencias para los que aquí nos deja aunque esté fuera de España solo un cuarto de hora, el tinglado lo ha dejado María Teresa tan atado y bien atado que sigue funcionando. Añoramos, eso sí, su presencia, y la reconfortante alegría de su sonrisa.
Que la vicepresidenta no derroche sus talentos, disfrute del descanso en los raros momentos en que hasta los semidioses precisan una tregua y que, en las próximas vacaciones, se abstraiga de los problemas de Estado que la agobian y goce de de un largo dolce far niente reparador.
Que se marche lejos, olvide los apremios por volver, y así descansaremos todos.