viernes, 11 de septiembre de 2015

FATALISMO SUICIDA





Hay pasajes de los Evangelios que parecen crónicas de la actualidad política: lean a San Lucas a partir del capítulo 20 versículo 20 y se toparán con un Cristo que parece enfrascado en campaña electoral, en la que sus adversarios le tienden trampas para pillarlo en un renuncio.
Para poderlo acusar ante el poder político romano o frente al poder social judío le preguntaron si se deberían pagar impuestos.
Pidió una moneda y, mostrándoles la imagen grabada en su cara, preguntó quien era. “el César”, le respondieron.
 “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Sentenció.
Es la frase atribuida a Cristo una declaración doctrinal que consagra la división de poderes en la conducción de los pueblos y es oportuno recordarla ahora, cuando una multitud educada en lo contrario está esparciéndose por Europa.
Con los refugiados que llegan viene una civilización fundamentada en que todo el poder es de Dios y en que debe aplicarse a los hombres siguiendo al pié de la letra lo que Dios mandó, en las revelaciones que por boca del arcángel Gabriel el propio Dios hizo  a Mahoma.
El pasaje del Evangelio en que San Lucas cuenta la anécdota en la que Cristo propone una división básica entre el poder civil y el religioso es blasfemo para los musulmanes, porque niega a Dios una parte de todo su poder.
Los que se declaran demócratas basándose en que el poder reside en el pueblo y en que su ejercicio lo comparten gobierno, parlamento y judicatura han sido, de entre los europeos, los que más ardorosamente han pedido abrir las puertas de Europa a los refugiados musulmanes.
¿Ignorancia o fatalismo suicida?