A los españoles
nos entusiasma alardear de que somos raros y de que como España (y en
consecuencia los estabulados en España, que somos los españoles), “no hay ná”.
Pues miren
ustedes a los norteamericanos: la señora consentidora de las veleidades de su
marido quiere ganarle las elecciones presidenciales a un individuo que también
las tuvo.
Con una
diferencia de matiz: el ciudadano que quiere quitarle a mistress Clinton la
Casa Blanca acometía sus escarceos donde y cuando la ocasión se le presentara
mientras que Bill Clinton escogía para las suyas la propia Casa Blanca.
Otra rareza, o
peculiaridad de los americanos: dicen que Donald Trump malquiere a los negros aunque
su Partido Republicano se echó y ganó una guerra civil a los demócratas, que
eran los que esclavizaban a los negros en los Estados del Sur.
Otra más: mientras
que los americanos de las ebullentes y adineradas metrópolis de las costas oriental
y occidental de los Estados Unidos se sienten representados por la Clinton, los
del Centro y del Sur (la América Genuina y más pobre) prefieren al tosco Trump,
ese que cae en la tentación en cuanto la tentación lo tienta.
¿Pronóstico?
Ganara el que más votos electorales acumule y, para los que todavía no tenemos
pasaporte norteamericano, tanto dará que sea el uno como la otra.
Con el que o con
la que gane nos conviene llevarnos bien y evitar que se enfade y nos tome
tirria.