martes, 10 de febrero de 2009

AL ANDALUS

Cada vez que alguno de sus cabecillas sucumbe a la tentación del irredentismo musulmán, reclama la recuperación de Al Andalus.
Es el deseo obsesivo de que la historia retroceda desde la postración de su presente al esplendor de su pasado.
Porque, como la idílica Shangri La de “Horizontes Perdidos”, Al Andalus carece de fronteras definidas. La nostalgia no tiene límites geográficos.
Al Andalus es el nombre que los musulmanes dieron a las tierras que conquistaron al norte del Estrecho de Gibraltar y que se extendieron hasta Poitiers, donde Carlos Martel los detuvo el año 730.
La Comunidad Autónoma y sus ocho provincias del Sur de España formaron parte de Al Andalus, pero la actual Andalucía no representa ni el 15 por ciento del territorio de la Península Ibérica que estuvo bajo dominio musulmán.
Si Andalucía fue solo parte del espacio de Al Andalus, su tiempo sojuzgada al islamismo en relación con la totalidad de su historia fue también, afortunadamente, limitado:
Se toma como primera referencia histórica de Andalucía la de Estesícoro en su “Gerioneida” el año 600 antes de Cristo. La hizo en griego, lengua vehicular de la cultura que, mestizada con la civilización romana posterior, todavía nuclea Andalucía.
Solamente del año 711 a los inmediatamente posteriores a 1212, estuvo desterrada de Andalucía la cultura grecorromana, suplantada por la islámica. En el reino de Granada perduró hasta 1492.
La Andalucía preislámica dio a Roma dos emperadores y luminarias de la cultura como los Séneca, Lucano o Isidoro de Sevilla.
Abderramán III , Averroes, Maimónides y posiblemente Almanzor, fueron algunos de los notables nacidos en Andalucía durante su época musulmana.
Musulmana y no árabe porque, salvo algunos oriundos de Siria o Arabia, los que en sucesivas oleadas invadieron Al Andalus, eran bereberes del Valle del Nilo al Atlántico, y del Mediterráneo al Rio Níger, todavía con el fanatismo de recién conversos al Islam.
Andalucía es, pues, síntesis proporcional de la influencia que, en tiempo y espacio, sedimentaron las culturas grecorromana e islámica que la forjaron.
Desde que culminó en 1492 la reconquista y se restableció la cultura grecorromana, para los musulmanes fue Al Andalus la nostalgia del esplendor perdido y de la tolerancia añorada.
Se justifica la añoranza porque el Islam solo fue tolerante y liberal durante algunos períodos, generalmente coincidentes con los de relajación del fanatismo en la práctica de su doctrina, en el Califato cordobés o en algunas de las taifas en que se disgregó.
Desde su forzado abandono de Al Andalus, el islamismo se hizo paulatina y crecientemente integrista. En ninguno de los países en que actualmente es hegemónico como creencia se admite la división de poderes, la igualdad de derechos ni la libertad de culto.
La huelga como herramienta de presión para conseguir mejoras sociales solo es permisible en los países musulmanes si el empresario, o el gobernante contra el que se declara, es considerado previamente infiel.
El bienestar de los que nada tienen depende de la buena voluntad de quienes tienen todo el poder (religioso, político, económico y militar), concentrado en Dios, titular único del Poder.
Esa concentración monolítica del Poder ha impedido el progreso de los gobernados. En contraste, en la parte de la Humanidad que evolucionó desde la cultura grecorromana hacia la fragmentación del poder político y religioso y su posterior división en ejecutivo, legislativo y judicial, el bienestar de sus habitantes se ha generalizado.
Los gerifaltes musulmanes que reivindican periódicamente Al Andalus quieren recuperar el tolerante pasado glorioso de su cultura, pero encuadrándolo en el integrismo intransigente del islamismo actual.
Integrismo religioso y progreso social son aspiraciones incompatibles, salvo para la quimera alimentada en la nostalgia, que suele enmascarar la realidad.
Porque, ¿fue tolerante el islamismo en Andalucía o fue la tolerancia innata del andaluz la que limó la intransigencia del islamismo?.