A esa hora
fronteriza entre la tarde agonizante y la noche incipiente se asoma la gente a
los balcones de sus casas y, en el recato crepuscular, se hermanan en aplausos
pespunteados de vítores.
Rinden homenaje a
los que una siniestra epidemia les dio precedencia para abordar la tétrica
barca de Caronte.
(He querido decir
que los ciudadanos aplauden recordando a los que ya se ha llevado el coronavirus).
¿Tan poco gratificante
es su vida que los españoles aplauden a los que consigan precederlos en la dicha
de la muerte?