domingo, 7 de julio de 2019

ALBORAN


En esta España belicosa en tiempos pasados  y meliflua en los de ahora, la palabra Alborán solo le sugiere el nombre de un cantaor que loa al amor y otras flaquezas.
Pero Alborán es también, y sobre todo, un islote de 576 por 239 metros que, bien empleado, daría a España el control del Mediterráneo que perdió al quedarse los ingleses con Gibraltar.
Sería como un portaaviones insumergible, al estar inamoviblemente anclado en la raíz de la tierra.
Y, para patriotas irredentos que insisten en que la Gran Bretaña les devuelva Gibraltar, sin saber qué harían con el Peñón en caso de que loas ingleses se fueran, sería una infranqueable señal de stop.
Uno, que cuando habla de la oprobiosa dictadura sabe lo que dice porque la padeció unas veces y la disfrutó otras, recuerda una entrevista que concedió al diario Pueblo el almirante Carrero Blanco, cuyo asesinato marcó de hecho el fin del franquismo.
--“Coloquemos un portaaviones a la entrada del Estrecho, otro a la salida y organicemos diez divisiones acorazadas, y verá cómo nos llegan los créditos de Europa”, propuso a su entrevistador, Emilio Romero, el que submandaba en España.
Es evidente que Carrero, la prueba es que sobrevivió hasta que lo mataron los etarras, era listo, aunque no tanto como el que fortificara Alborán.
España, además tiene ahora empresas, que no tenía en el franconato, capaces de montar trenes en el desierto y de ensanchar canales interoceánicos.
A este genial idea de una Alborán inexpugnable, los mediocres opondrán la de una Alborán irresistible para los que encuerarse y despelotarse es el objetivo que se han marcado para esta vida.
Correrán el peligro de que, como el viejo dios vengativo, haga que lluevan sobre ellos bombas de hidrógeno, como hizo en Gomorra y Sodoma.