lunes, 18 de diciembre de 2017

MANDANTES Y OBEDIENTES

Como el místico Juan de la Cruz, los cada vez más materializados españoles vivimos son vivir en nosotros mismos.
Y todo porque el contubernio de los partidos políticos aparentemente enfrentados marca los momentos de contracción (sístoles) y relajación (diástoles) del corazón de España, que somos los españoles.
Hubo un tiempo cada vez más lejano, y por eso cada vez más añorado,  en el que los españoles si no felices, por lo menos vivían tranquilos.
Les bastaba, porque les convenía, delegar sus voluntades en el ciudadano que la Providencia había colocado para mandar sobre todos,  y todos los que lo obedecían eran felices y vivían tranquilos.
Pero poco dura la felicidad en la casa del pobre y los pobres españoles se quedaron sin  su luz, su guía, su servidor y su caudillo, sin su ángel tutelar que durante cuatro décadas les mandó lo que debían hacer,  les prohibió lo que los dañaría si lo hicieran y redujo su única obligación a  la de obedecerlo.
Acostumbrados a que les mandaran, los españoles creyeron que ahora eran ellos los que mandaban, como les aseguraron unos embaucadores llamados políticos.
Y como todos querían algo diferente de lo que los otros exigían, tuvieron que delegar en representantes electos para que negociaran lo mejor para todos, y que acabó resultando lo peor para todos los que no habían intervenido directamente en la negociación.

Esos negociadores, que cambalacheaban en nombre de sus representados, pasaron a ser conocidos por “políticos” y se distinguían de los que no lo eran por ser los únicos, representaran a los que representasen, que vivían divinamente.