Me contaba mi
padre que, cuando era chico allá por los primeros años del siglo 20, mi pueblo era todavía un
mundo mágico en el que los misterios lo eran porque a nadie le interesaba
desvelarlos.
Había hasta
fantasmas, unos seres míticos que solo proliferan en rincones penumbrosos de callejones
apartados.
Tenían aquellos
fantasmas, que sobrevivían porque el alumbrado público apenas penetraba las
primeras capas de las tinieblas, unos colaboradores
indispensables como los demonios que, subordinados a Luzbel, le facilitan su
tarea.
No hay
noticia de que nunca nadie hubiera visto a ningún fantasma, no se sabe si
porque esos seres misteriosos eran tan cuidadosos que nunca se dejaron ver o
porque nadie se atreviera a decir que los había visto, por temor a represalias.
¿Por qué,
entonces, si nadie confesó nunca haber visto a ningún fantasma todos en el
pueblo estaban convencidos de su existencia?
Por el
consenso unánime, que sentencia que lo
que todos creen que es, tiene que ser porque es imposible que no lo sea.
Convencidos
todos de la existencia de fantasmas en aquellos añorados tiempos en los que la
fantasía explicaba la inexplicable realidad, elucubrábase para qué servían los
fantasmas y qué buscaban fastasmeando.
También
en eso el consentimiento unánime explica el misterio;
Eran, se
decía, amantes clandestinos que pretendían mantener en la clandestinidad sus
amoríos, tanto para proteger la buena reputación de la amada como para escapar
de la ira del pariente de la amante agradecidamente seducida.
Y eso,
qué tiene que ver con éstos tiempos de democracia y de presidentes de gobierno
que se van de rositas por mucho que aireen sus veleidades fronterizas con el embutido conocido por chorizo?
Responde
la prensa: “Palma de Rio instalará 65 cámaras de control de trafico conectadas
por fibra óptica” (El Día de Córdoba)
Adios al
misterio, al carajo la imaginación. “The Big Brother is watching you”. El gran
hermano te vigila y hasta se anticipa a lo que vayas a pensar porque te inspira
el pensamiento correcto.