sábado, 19 de noviembre de 2016

LA FELICIDAD





En éste engorroso menester que es la vida, ¿conviene ser camarón, al que se lleva la corriente si no nada, o no hacer nada y resistir tozudamente  hasta que se canse el que se empeñe en que te muevas?
Esa es una incógnita que cada cual tiene que despejar a su manera porque la respuesta es personal, intransferible y, además, de caducidad instantánea porque lo que en un momento anterior parece blanco, en el siguiente es tan negro como el porvenir del desahuciado.
La comodidad, indispensable para el que viva la vida saboreándola con la unción de un sibarita, desaconseja las prisas porque la angustia del disfrute elimina el gozo.
La resistencia activa a la acción precipitada es la norma de conducta del que sabe vivir la vida como la vida venga, no como la ambición te aconseja para que te apresures a conseguirla.
Y grandes pensadores de reconocido prestigio internacional coinciden: Camilo José Cela le dijo al Rey Juan Carlos en 1987 que el que resiste gana y el mayor elogio que se le ocurrió a Angela Merkel cuando ayer saludó a Mariano Rajoy fue su piel de elefante, que acabó sobreponiéndose a las picaduras de insecto de sus adversarios.
El deslenguado refranero popular español sentencia que “el que buen carajo tiene, seguro va y seguro viene”.
Así que la pasiva aceptación de lo bueno que la vida ofrezca es preferible a la frenética búsqueda de lo que los demás dicen que es la felicidad, que desconocen porque siguen tan empeñados en encontrarla que,  cuando sean medianamente felices,  siguen insatisfechos porque no son todo lo felices a que su ambición los empuja.
La felicidad es, como el sabio descubrió, saber alimentarse con las hierbas que otro menos sabio por más ambicioso, despreció.