martes, 7 de abril de 2009

ZAPATERO Y LOS 17 BIBIANITOS

Trágico hubiera sido el final de Blancanieves si, abandonada en el bosque por el compasivo sicario de su madrastra, no se hubiera topado con la cabaña en la que la acogieron los siete enanitos.
Que nadie diga que el de Blancanieves es simplemente un cuento sin reflejo en la dura realidad de la vida hasta que el tiempo desentrañe el misterio del final de otro atribulado personaje, tan irreal que parece nacido de la fantasía: el de José Luís Rodríguez Zapatero.
Atormentado por el inesperado revés de la economía, desahuciado por los electores gallegos, repudiado por sus aliados vascos y catalanes, parecía sin otro amparo que el de un poderoso príncipe negro del que se confesaba embelesado.
Pero, cuando hasta esas esperanzas parecían esfumarse por haber defraudado a su valedor con una inoportuna retirada de tropas de un lejano rincón llamado Kosovo, el príncipe negro acudió en su ayuda llamándolo “amigo”.
Fue el feliz augurio de un cambio de fortuna porque, en el inhóspito bosque en el que hasta entonces parecía perdido, José Luís Rodríguez Zapatero se topó con la oportunidad de refugiarse en una crisis ministerial de la que surgieron no siete, sino diecisiete enanitos compasivos, todos con la misma cara: los diecisiete bibianitos.
Se les conocía así porque todos se parecían a Bibiana Aido, la reina de la igualdad. Todos eran cándidos, inocentes, inexpertos, leales.
Ninguno de ellos sabía hacer nada útil como cocinar, barrer, buscar alimentos, defender la vivienda de las alimañas del bosque, tejer vestidos, distinguir los frutos venenosos o cazar.
Todos ellos, sin embargo, entonaban bellas melodías, danzaban descalzos sobre los prados, se extasiaban contemplando las algodonosas nubes sobre el añil del cielo y se transfiguraban con los melodiosos trinos de las gráciles avecillas.
Sentados en torno a la hoguera, rivalizaban los diecisiete bibianitos en sus halagos y piropos a Zapatero que, consciente de lo merecido de los elogios, se sentía en la humilde cabaña tan dichoso como en el más suntuoso de los palacios.
¿Y cómo terminó el cuento, de qué vivían, quien les daba de comer, fueron felices siempre Zapatero y los diecisiete bibianitos?
Nunca se supo. Pero años más tarde, cuando un furtivo pasó por allí, se encontró con la cabaña derruida, hierbajos punzantes que brotaban de las ruinas y, de sus moradores, no halló más que algunos huesos roídos, abandonados por las fieras.