No es que en
tiempos de la oprobiosa dictadura escasearan chorizos, que haberlos habríalos
tantos como en ésta democracia de chicha y nabos con la que, por el nefando pecado de ser españoles, nos han
castigado los dioses.
Pero por lo
menos no te enterabas y ya se sabe que ojos que no ven, corazón que no sufre.
Dichosa edad
aquella en la que todos los dioses delegaron todos sus poderes en un prudente
varón que, para felicidad del pueblo a su cargo, impedía que se enterara de lo
que pudiera entristecerlo y pregonaba lo
que sabría que lo alegraría.
Censura
llamaron a ese prudente hábito los que, en cuanto se convencieron de que había
muerto, se apresuraron a ponerlo tan de vuelta y media que hubiera sido
imposible imaginar que era la misma boca que renegaba ahora de su memoria la
que antes había ponderado sus virtudes.
Todos los
habitantes de ese pais llamado España, en el que su población siempre ha estado
partida en dos mitades, (moros y cristianos, patriotas y afrancesados,
isabelinos y carlistas, barcelonistas y madridistas) acusan una nueva fractura:
franquistas y antifranquistas, dictatoriales y demócratas.
Últimamente, esta
España bipolar anda tan polarizada como desde que la tierra que ocupan sus
habitantes es conocida por ese nombre.
Esta vez el
desasosiego de todos lo motiva que una parte discrepa de lo que cree la otra
parte de los habitantes de Cataluña, una región española en la que algunos de
sus habitantes quieren no ser españoles y otros quieren seguir siéndolo.
En los tiempos
antiguos, cuando la ballesta se consideraba una amenaza para la humanidad tan
letal como ahora lo es la bomba de hidrógeno, la discrepancia se habría
resuelto a garrotazos.
Pero eso ahora
está mal visto.
Y, además, no
sería democrático.