Unos dicen que el hombre habla
para poder entenderse con sus semejantes, otros afirman que hablar con un
semejante demuestra que es imposible que se entiendan y hay algunos que están
convencidos de que hablar sirve para que uno se recree con el sonido de su
propia voz y se horrorice con la del otro.
Pues con los sistemas de gobierno de los pueblos pasa
lo mismo: puede servir para tantas cosas tan diferentes que, en definitiva, son
inútiles para todo.
Un suponer:
Hay quien sostiene que Alemania y
España son países semejantes porque ambos se autogobiernan por normas y
principios propios de la democracia.
Si solo eso fuera lo que los
asemeja, hay muchas más características que los opone:
Por ejemplo, las telúricas
determinadas por la geografía, el paisaje y el clima.
(Sirva como ejemplo de esa
diferencia que los alemanes se tiran trabajando 52 de las 54 semanas del año,
para poder pasar de vacaciones las otras dos en España).
¿Y que encuentra en España esas
dos semanas que los compense trabajar como autómatas el resto del año?
El sol, que en su país necesitan y en España sobra.
Pues los alemanes, gracias a que
aprecian lo que no tienen, pueden aprovechar el poco sol de que disponen para
convertirlo en energía eléctrica con la que alumbrarse, calentarse y mover máquinas.
¿Y en España, donde el sol es
residente a pensión completa, amustia cosechas y provoca insolaciones?
En España, el gobierno que es tan
democrático como el de Alemania, les cobra una tasa prohibitiva a los españoles
que quieran utilizarlo, para no perjudicar a las empresas eléctricas a las que
les concede su explotación.
Pero, ¿el sol no es de todos? De
todos a los que el gobierno les permita rentabilizarlo.
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