A ver si
simplificando nos entendemos y, echando en un cuévano las uvas negras y en otro
las blancas, nos aclaramos.
¿Y qué hay que
aclarar?
Pues nada menos
que la conveniencia para España de que la gobierne un partido y no otro de los
muchos que, como ya al constituirse reciben prebendas estatales, se multiplican
como las esporas.
Nada como, para
entendernos, repetir virtualmente aquella experiencia que tan entretenida
resultó en 1936: que Socialistas, Podemitas, separatistas antiespañoles,
comunistas de toda laya y sus turiferarios ecolojetas y animalistas se pongan
en una de las aceras de ésta calle que es España.
Que los
abandere un-una portaestandarte que haga ondear la palabra “Igualdad”
En la otra
acera que se coloquen los pocos que quedamos a los que lo que nos importa es la
“libertad” para ser lo que cada cual quiera ser, sin admitir que partidos,
estados, comunidades autónomas ni autoridades civiles, religiosas o militares, nos
induzcan a que seamos iguales que los demás.
Hay que recrear
el mundo nuevo partiendo del que todavía agoniza y repetir paso a paso el
proceso que, según el texto que
comparten las tres únicas religiones mundiales, se materializó al hacerse
tangible una idea.
Con una condición fundamental:
Que a la
duplicación de Eva o Lilith, cualquiera que hubiera sido el nombre de la
primera hembra, le sobren también redaños para devorar la manzana que le prohíban
que se coma.
Porque, si por el
mordisco a la poma prohibida merece castigo, lo compensa de sobras el triunfo
de su libertad.
Igualdad de la
izquierda, el rebaño pastueño y manso que hoza y rumia.
Libertad de la
derecha, el rugido del león aplastado por la manada de elefantes.
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